28 mar. 2024

Compañerismo, resistencia y fe, pilares en el pico de la pandemia

PRUEBA. Los funcionarios del Hospital Nacional de Itauguá enfrentaron un reto como nunca antes cuando lidiaron con dos olas de Covid-19 en el país en menos de un año. ACOMPAÑAMIENTO. La experiencia de los que tienen más años fue otro soporte que pudo ayudar a los más jóvenes que se iniciaban en plena pandemia.

La ola Covid, que llegó a golpear al sistema de salud cual tsunami a una balsa, ahora es apenas oleaje suave. Desde la casi vuelta al ajetreo normal, en el Hospital Nacional de Itauguá cuentan cómo hicieron para evitar el naufragio corporal, mental y colectivo.

Mirian Arrúa, enfermera encargada del bloque, camina por el pasillo que divide dos grupos de camas para los pacientes. Salvo ella y sus demás compañeras, no hay nadie.

“Este lugar es para 16 pacientes. Llegamos a tener 21. Entre las camas tuvimos que poner camillas que se tenían que compartir”, recuerda Mirian, quien fue la primera persona en el país en recibir la vacuna anti-Covid.

El tiempo de desborde por la cantidad de pacientes quedó atrás. Ahora la licenciada se siente desbordada de felicidad, describe y enfatiza que la esperanza nunca hay que perderla.

El ruido de las ruedas de las camillas retumba a lo largo y ancho de los pasillos, mientras los funcionarios las empujan. Pero la velocidad retomó su ritmo normal, muy diferente a lo que se vivía hace pocas semanas.

“En un momento ya era desesperante. Llevábamos un óbito a la morgue y a veces ya te esperaban dos o tres en simultáneo, con los familiares todos desesperados. Hasta 18 llegamos a tener en un día”, relata Miguel Díaz, coordinador de camilleros, quien Junto a Domingo Estigarribia, jefe coordinador de dicha área, se encargaron de guiar a sus compañeros, principalmente a los más nuevos.

El trabajo del camillero implica un esfuerzo no solo físico, sino también mental por los documentos que debe manejar cuando se registra un óbito. Díaz recordó que fue aún más extenuante cuando tuvieron que cubrir los turnos de quienes daban positivo a la enfermedad.

LA INFANTERÍA

Al estar en la entrada del hospital, los encargados de la seguridad fueron los primeros en ver cómo la pandemia, que antes tenía solo presencia en las noticias, fue cobrando rostro cuando los que se internaban eran personas que ya conocían.

“Al principio vos le veías a gente que llegaba de otras partes. Luego ya empezaste a ver que venía gente que hace rato no veías, luego tus compañeros de colegio, amigos y familiares”, recuerda Luz Orrego, asesora técnica de seguridad y abogada.

A ella se le quiebra la voz cuando recuerda que en determinado momento el contacto físico con los familiares era inevitable, cuando estos recibían la noticia del deceso.

“Nosotros evitábamos en todo momento tener ese contacto con ellos. Pero en esa situación éramos los únicos que estábamos cerca y buscaban a quien abrazarse. ¿Qué íbamos a hacer? Le abrazábamos también”, relata. Uno de sus compañeros también fue víctima del virus, al igual que otros que se habían jubilado.

Orrego cuenta que intervinieron en el caso de los pacientes que intentaron irse del hospital siendo Covid positivo.

A los cuidados diarios para evitar ser contagiados, los guardias tenían que estar atentos a las denuncias de robos, también la convivencia entre los que estaban días en el sitio y velar el perímetro más cercano al hospital. “Teníamos que estar atentos porque cortaban la reja para entrar”.

Otro pilar del muro ante la ola del Covid fue el área de asistencia social. Ellos tenían que hablar, explicarles a los familiares la situación y ver los lugares para quienes llegaban de lejos, cuenta la licenciada Ana Peralta.

“Ver donde debía quedarse la gente que llegaba de lejos era todo un tema. Era también muy doloroso cuando fallecían y no podían abrazarse con nadie para consolarlos”, rememora.

Uno de los momentos que recuerda fue cuando se internaron tres miembros de una familia: padre, madre e hijo. El padre y el hijo sobrevivieron, pero la madre no. “Los familiares no sabían si alegrarse porque salieron de alta o llorar por la que falleció”.

También recuerda el caso de un compañero de trabajo del hospital, cuya madre y tres hermanas se internaron. Todos se encargaron de su contención en ese momento. Las alegrías se producían cuando se daba el reencuentro de las familias luego de días de internación o las altas de varias personas a la vez. “Incluso hubo una propuesta de matrimonio cuando los dos salieron de alta”, cuenta como dato anecdótico.

EL SOPORTE

Noches sin dormir, jornadas interminables incluso al salir del trabajo, aislamiento de los familiares, nervios y situaciones que solo recibían como respuesta solución ya. Un conglomerado que ponía al límite la resistencia mental y corporal de cualquier persona.

Para los funcionarios del hospital, la clave estuvo en un factor fundamental: El compañerismo, de estar siempre presentes junto al otro mientras cumplía su trabajo.

La fe fue otro pilar clave para evitar el colapso y que la desazón gane terreno ante el panorama sombrío del día a día que generaba el pico.

En los momentos que más parecía no haber salida, una oración podía dar la fuerza necesaria para continuar. También el saber que todo pasaría, coincidieron varios de los que dieron su testimonio.

La experiencia de los mayores fue también importante para sostener el equipo de trabajo, sobre todo con los más jóvenes.

Lo vivido en las dos olas para todo el personal de salud del hospital y todo el país fue algo único. La pandemia los dejó exhaustos. Pero sobre todo les dejó lecciones aprendidas para la jornada laboral. Sobre todo una gran enseñanza para toda a vida.

Hubo casos en que, de repente, salieron corriendo algunos pacientes y nosotros tuvimos que ir a traerles, volver a insistirles. Hacer un poco de familiar, sicólogo, un poco de todo en ese momento. - Luz Orrego, asesora de seguridad.

A través de nuestro grupo de WhatsApp nos mandábamos fuerza a los que entraban y salían de sus turnos. Nos dábamos la fuerza necesaria para superar. Nos cuidábamos las 24 horas. - Miguel Díaz, coordinador de camilleros.

Ahora siento una felicidad que desborda todo. Pensé en abandonar todo cuando les vi a mis familiares internados. Uno de mis tíos falleció. Pero ahora, pensando en todo lo que pasamos, digo que se pudo. - Mirian Arrúa, enfermera.