La escena, cotidiana por estos días, marca una intervención largamente postergada en una zona donde cada lluvia se convierte en amenaza.
Los trabajos están a cargo de la Dirección de Área Urbana, con apoyo de la División de Obras Municipales, responsable de la fabricación de las nuevas rejillas de hierro.
Más robustas y pensadas para resistir el intenso tránsito vehicular y el paso del tiempo, las estructuras buscan devolver seguridad a peatones y conductores, que durante años convivieron con rejillas rotas, hundidas o directamente inexistentes.
Pero debajo de cada rejilla retirada no solo aparece el desgaste del hierro. Sale a la luz un problema más profundo como los desagües colapsados por basura, lodo y desperdicios de todo tipo. Botellas, bolsas, restos orgánicos y grasas forman un tapón silencioso que, en días de lluvia, se transforma en raudal furioso.
El mismo que inunda calles, arrastra vehículos, espanta clientes y deja al descubierto una contradicción repetida: Quienes reclaman inundaciones son, muchas veces, los mismos que arrojan sus residuos a la vía pública.
Aprovechando el recambio de las estructuras deterioradas, los equipos municipales realizaron además la limpieza del entubamiento pluvial, una tarea clave para mejorar el escurrimiento del agua y prevenir anegamientos.
MEJORA. La intervención, aseguran desde la Comuna, apunta no solo a una mejora visible, sino al fortalecimiento del sistema de drenaje en una de las zonas más críticas de la ciudad.
El problema, sin embargo, no se limita a Monseñor Rodríguez. En la zona baja de la avenida Adrián Jara, comerciantes vuelven a alzar la voz ante una situación que se repite tras cada aguacero. Calles convertidas en ríos, locales inundados, mercaderías dañadas y un olor nauseabundo que se instala cuando el agua baja y deja al descubierto lo que nadie quiso ver.
EL PROBLEMA. La falta de limpieza regular de los desagües en el microcentro de CDE provoca inundaciones, deterioro acelerado del pavimento y un riesgo permanente para peatones y vehículos.
El agua estancada erosiona el asfalto, rompe las calles y afecta construcciones, mientras la acumulación de residuos genera focos insalubres en pleno corazón comercial de la ciudad.
El impacto no es solo urbano, sino también económico. Las condiciones desalientan a compradores y turistas, golpeando directamente a comerciantes y trabajadores que dependen del movimiento diario.
A esto se suma un sistema pluvial y de alcantarillado obsoleto, insuficiente para soportar las intensas precipitaciones que ya no son una excepción, sino parte del clima habitual.
Entre herramientas, esfuerzo y coordinación, el microcentro intenta renovarse paso a paso. Pero la solución definitiva exige algo más que hierro nuevo y limpieza ocasional, requiere mantenimiento constante, inversión estructural y, sobre todo, un cambio de conducta ciudadana.
Porque mientras la basura siga cayendo a los desagües, ninguna rejilla, por más resistente que sea, podrá contener el raudal de una ciudad que aún le debe respeto a su propio espacio público.