29 may. 2025

Cazadores de sombras y de lectura no fácil

Por Sergio Cáceres Mercado caceres.sergio@gmail.com

Hace poco, mi hija terminó de leer La abadía de Northanger, novela escrita hace más de dos siglos por Jane Austen. Fui testigo de su lucha por no abandonar el libro; le parecía tedioso y que “no pasaba nada”. Había ocurrido lo mismo cuando le pedí que leyera La isla del tesoro (Stevenson), y lo mismo también con La llamada de la selva (London). Mientras escribo esto está sufriendo horrores con De la Tierra a la Luna (Verne). Intercalados con estos libros considerados clásicos, le dejaba que leyese los de su predilección, que, obviamente, son todos contemporáneos y escritos para la franja etaria a la que pertenece. A diferencia de aquellos, sus libros literalmente los devoraba; en el tiempo que le llevaba leer un “clásico” era capaz de tragarse tres o cuatro de los nuevos.

A partir de lo dicho retomo la pregunta con que terminé mi idea la semana pasada: ¿Hay una diferencia cognitiva entre nuestros abuelos que cuando eran jóvenes leían con fruición estos libros que ahora les parecen aborrecibles a sus nietos? No creo que neurológicamente haya diferencias entre ambas generaciones. La diferencia está en el entorno cultural y en lo que en ese momento se imponía como valioso para ser leído. Entonces, lo que postulo es que lo cultural determina la praxis y las disposiciones naturales. Justamente por eso me preocupa que mi hija lea solamente la literatura juvenil post Harry Potter. El cerebro debe ser acostumbrado a momentos de exigencia en concentración y otras operaciones complicadas, de lo contrario solo les gustará lo light y el picoteo que las redes sociales e internet nos proponen.

Aunque las universidades también van cayendo ante el facilismo y los efectos de la civilización del espectáculo (Vargas Llosa), todavía creo que algunas seguirán con la tradición de exigencia en el estudio y la investigación. Por descontado vaticinamos el fracaso de un chico que llega funcionalmente analfabeto a una universidad ideal; pero no creo que le vaya mucho mejor al chico que ha leído mucho, pero que su bibliografía juvenil se resume en literatura de fácil digestión.

Si mi hija, a pesar de todas sus protestas y amagues de abandono, llega hasta la última página de las novelas y ensayos que le propongo, intercalándolas con las de su generación, es porque me tomo el trabajo de hacerle un seguimiento, en parte autoritario y en parte persuasivo. Le digo que con los años entenderá, que nunca está mal para su “cultura general” haber leído a ciertos autores consagrados, que le compraré toda la saga de Cazadores de sombras (que hace rato me pide) si termina algunos otros que yo le presto de mi biblioteca, y un largo etcétera de trucos retóricos, compensaciones pavlovianas e imposiciones manu militari.

En fin, este trabajo de hormiga lo hago para que llegado el momento de enfrentarse a textos de largo aliento con exigencias en abstracción y un amplio vocabulario, se encuentre con que está lista para el desafío gracias a una preparación de años previos.