19 abr. 2024

Angustias

Benjamín Fernández Bogado

Cuando el nivel de confianza se ha roto y el Gobierno no sabe con claridad dónde ni cuándo llegará a un puerto seguro y confiable, la angustia domina las acciones. Cualquier hecho por más pequeño que fuera acaba siendo una conspiración local o internacional que pretende acabar con la administración. No se discrimina entre fuego amigo o enemigo; da igual la marcha de los campesinos de mañana como la reunión de los seccionaleros pidiendo la reelección.

Nadie confía en nadie y el presidente decide emprender la huida hacia el interior, lejos de las conspiraciones urbanas. “Campaña es feliz”, parece ser el grito del presidente hasta que aparece un joven que lo insulta y pasa en condición de detenido. Ahí se acabó el paleolítico y hay que volver a crear angustiosamente el relato de la normalidad, rutina o felicidad.

La Comisión Bicameral del Congreso que investiga el acta del 24 de mayo dirá lo que todos sabemos y es probable que nada pase como ya aconteció con las conclusiones del caso Messer que involucró a todo el gobierno de Cartes, sin que ninguno de ellos pague sus consecuencias. Las principales autoridades económicas de ese tiempo –cómplices de todo– hoy se dan el tupé de recomendar medidas para que el país pase el examen de Gafilat (¡).

La caradurez y la impunidad son a toda prueba entre nosotros, no faltará alguno que mocione la beatificación económica de uno de sus miembros. Solo les angustia que el doleiro de los doleiros cante en Brasil y sus efectos reboten a nivel local. Mientras tanto, el argumento de hierro es disimular y expresar jaculatorias que espanten los demonios que revolotean.

En el poder se siente siempre menos la realidad que la calle y solo cuando esta explota se dan cuenta de las grandes deudas acumuladas, como lo expresó un angustiado Piñera, cuya esposa comparó a los manifestantes chilenos con una invasión de alienígenas. La representación del poder no es suficiente para mantener los niveles de distracción de una sociedad que viene arañando como puede y para la que la política de distracción y entretenimiento no alcanza ni como evasión.

Los payasos funcionales se ven rebasados y los que han hecho de su vida un chiste no pueden lograr que la angustia ciudadana no termine transformándose en bronca, enojo y furia. Las bataclanas del poder procuran darles una mano a sus amantes de ocasión, pero la realidad las supera y sobrepasa.

La angustia solo puede ser curada con certeza y justamente de eso carece este Gobierno lleno de dudas, débil y confundido. Le queda reconciliarse con la gente, pero el crédito que tiene prácticamente se acabó.

Sus ministros responden enojados y furiosos a los pedidos de transparencia con lo cual le tiran gasolina a un fuego latente que puede acabar incendiando todo. Humildad, autocrítica, reconocimiento de limitaciones y compromiso con los grandes cambios que anhela la ciudadanía pueden ser las únicas opciones que reduzcan los niveles de angustia que dominan hoy las acciones del Gobierno.

Por este camino los pocos que aún le tenían lastima y lo sostenían acabarán soltándoles las manos a un precipicio, adonde sus acciones han terminado por conducirlo. Es tiempo de acciones y no de prozac.

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