06 dic. 2024

Angurria, chantaje y subsidios

Se colocan en fila y aguardan su turno. La repartija les tocará indefectiblemente. Lo saben de antemano: Llegado el momento, encienden motores, preparan la garganta y se activa el automático, traducido en exigencias y amenazas varias, con mayor o menor decibel en el grito de reclamo.

A la larga, serán escuchados y atendidos antes de que llegue un nuevo vendaval insostenible. Y su propósito estará cumplido, sin importar que el logro signifique desabarranqué de estructuras, desangre de recursos y más incertidumbre.

La representación anterior sirve para todas las solicitudes de ayuda estatal para estamentos que originalmente fueron perfilados con el fin de generar riqueza, dividendos, utilidades, y que deberían moverse bajo el influjo del libre mercado, en un escenario de sana competencia, solamente regido por marcos legales que les permita sostener sus estructuras y respetar a terceros.

Los paradigmas que resultan positivos en otras latitudes se desdibujan en el ámbito local, ya que aún subsiste el pensamiento de que el Estado debe resolver hasta lo que ya no le corresponde, más aún cuando se trata de fuertes grupos de poder y lobby instalado, cuyos negocios se enfrentan cíclicamente a riesgos de no ganar tanto como acostumbran.

Por supuesto que la imagen proyectada desde estos segmentos es prácticamente la del estadío anterior a la “quiebra”; algún subsidio oficial no les vendría mal, con el fin de sostener el statu quo y seguir generando riqueza, aunque el servicio que brindan continúe como hace veinte años, en general, y la población siga padeciendo una pésima prestación, con buses chatarra e intensa regulada. Sí, el lector lo intuyó bien: Se trata del transporte público.

La maquinaria que siempre logra de las autoridades nacionales la venia para seguir metiendo la mano en el bolsillo del contribuyente y alimentar este mecanismo soez de subsidios, está perfectamente aceitada, porque prevalecen los favores y los contubernios de tinte mafioso a la hora de hacer frente a la bandada de empresarios que aprovechan los pocos recursos sobrantes, y se llevan el botín generado con los impuestos.

Otros malos ejemplos aparecieron últimamente en torno a la disparada alcista del crudo y sus derivados: Los poderes organizados del sector privado lanzaron el grito al cielo para equiparar la cancha, ya que solamente los hidrocarburos comercializados en estaciones de Petropar habían logrado momentáneamente el beneficio que permitió aminorar el golpe a los conductores. Una decisión parlamentaria dio por terminada la crisis.

Estos y otros impasses son enfrentados con improvisaciones, al no haber una previsión de antemano frente a vaivenes a nivel local o externo. Es más fácil esperar a que ocurra la tormenta para luego abrir el paraguas, solo que –tal como algunas intensas lluvias recientes– el temporal de quejas no se llevará consigo solo el paraguas, sino que arrastrará mediante su raudal los pocos recursos con que se sostiene el Estado.

Y nuevamente el dinero destinado a los sectores más importantes (salud, educación, infraestructura) quedará relegado, ya que dentro del Presupuesto General de la Nación aquellos deben competir en desventaja con los gastos rígidos (gran parte de estos son salarios, y con el grifo abierto para las autoasignaciones).

La oleada regional es creciente en la aplicación de subsidios, mismo por los efectos pandémicos negativos, y en algunos países con más énfasis, que hasta desequilibra significativamente las finanzas públicas, elevando el nivel inflacionario.

Las asistencias son buenas, toda vez que tengan un tope y esten reguladas. No así como respuesta a presiones de toda índole e incluso chantaje para seguir manteniendo estructuras económicas que deberían orientar su estrategia en la generación de ingresos genuinos, sin tanta dependencia de recursos que, en definitiva, siempre saldrán de la recaudación oficial, desangrando sostenidamente las posibilidades de invertir en desarrollo.

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