Denise Sabino Villanova
Investigadora
Hoy en día, el miedo se extendió a nuestro alrededor, e incluso antes de la aparición del coronavirus, existía el miedo al rechazo y/o a la crítica en las relaciones interpersonales, profesionales o privadas. Actualmente, ocurre justo lo contrario: ya no nos reflejamos en el “otro”. Dejamos de ver al “otro” para cuidar de nuestros miedos, de nuestras vidas, que son tan frágiles ante un ínfima “partícula”, pequeña pero letal. Y esta “partícula” -“el” virus- crea una barrera casi tangible que nos impide ver “al otro”. Según Koffka (1982) “los problemas humanos no pueden considerarse aislados; detrás de cualquier configuración que asumen, hay algo más amplio”.
La era digital mutiló algunas profesiones, pero en 2020 se convirtió en la salvación de muchos, tanto profesional como mentalmente. Es la imagen de lo que hacemos, nuestra relación con un mundo al que ya no tenemos acceso, pero que creamos de una manera adaptada. El talento puede transformar lo virtual en material humano, las ideas en sentimientos. Así se da con la escritura también.
El cuento Amalia, del escritor y pianista uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964), trata exactamente sobre este tema: Ver “al otro”, sentirlo, tratar de ser parte de su universo, aunque sea a través de estratagemas psicológicas, en un intento en desbloquear sentimientos. El contenido es extremadamente “actual”, a pesar de que cumplió 90 años en 2020. Felisberto es un autor que, como muchos otros, posee un mundo propio y singular, que transporta a su obra y escribe sobre sus memorias a través de una narrativa en primera persona, de los “robos” de la autoficción, la ficción cuántica y el metalenguaje reflexivo, con un lenguaje considerado coloquial, pero que captura y conecta sonidos, silencios y sentimientos insinuados, en una simbiosis cinestésica.
UN CUENTO CLÁSICO
Un pianista que escribe magistralmente y/o un escritor que domina el piano, escribió cuentos ahora considerados clásicos, obras maestras en cualquier época. El también gran escritor uruguayo Onetti dijo que “Felisberto no es ni será nunca un escritor de mayorías” (Reinvenções Narrativas, 2019).
En la literatura, tenemos períodos de tiempo nombrados como “Generación del 20”, “Generación del 45”, o “Eras” -muy bien descritas por el historiador paraguayo Eduardo Nakayama en Paraguay y Japón (2019): “(…) Las Eras son la manera tradicional de dividir el tiempo en unidades comúnmente entendidas (...)”, como Felisberto es considerado un escritor único, y hasta hoy no hubo consenso entre los críticos sobre la categoría en la cual debía ser clasificado, tal vez podamos decir que hubo una “Era Felisberto”- antes y después de él.
Analicemos el cuento Amalia (1930), con sólo tres párrafos de gran profundidad, al principio no aparente. En él, Felisberto habla de dos realidades que coexisten en el mismo espacio: Deseo y posibilidad de realización. Construcción y destrucción de un futuro imaginado y/o deseado. Conflicto entre id y ego. Pensamiento lógico versus intuición.
En Amalia nos vemos frente a entimemas dialécticos y retóricos, para tejer algo parecido a una conclusión, pero nunca una certeza. Amalia, el personaje que le da título a la historia, utiliza la retórica con sus oyentes, es decir, el “arte de la persuasión”.
Tenemos en el primer párrafo el uso de lo que normalmente conocemos como “sicología inversa”, que también se llama “manipulación sicológica” y se usa para lograr un placer personal, como en un proceso de retroflexión de terapia gestalt, como podemos percibir en la primera parte del cuento:
Amalia pensaba siempre a dónde iría a pasear. Cuando estaba resuelto su propósito escondía su alegría de una manera rara: Decía a las demás cosas que sabía que los demás apoyarían (…) (Narrativa Completa, 2015)
En el segundo párrafo tenemos al narrador-personaje hablando de su pensamiento sobre Amalia, relativamente fijo. Pero contrariamente a lo que Amalia hizo, diciendo ciertas cosas a la gente para que la apoyaran, el narrador-protagonista no comparte con Amalia lo que está sintiendo. Él usa la desviación sicológica, como una maniobra de defensa, diciéndole a Amalia algo trivial, excepto lo que siente por ella. Posiblemente él tenga miedo de su rechazo y prefiera no mostrarse completamente.
En el tercer y último párrafo tenemos la conclusión de, en cierto modo, el “estancamiento” y la reacción diferente pero coherente de las personalidades de los involucrados, Amalia y el narrador-autor, que recuerda y describe lo sucedido, un beso. Amalia parece seguir usando la sicología inversa, no queriendo demostrar sus sentimientos, siempre pareciendo pensar en otras cosas -¿sentía algo por el narrador, se sentía feliz de estar con él?, ¿o haría lo que él esperaba de ella, tratando de complacer a los demás? Por su parte, el narrador también utiliza la sicología inversa y/o la deflexión para no demostrar a Amalia la fuerza de sus sentimientos/pensamientos y, con esto, causar la posibilidad de que Amalia regrese.
OBRA PROFUNDA Y COMPLEJA
La historia, aunque corta y aparentemente simple y superficial, es profunda y compleja. ¿No hemos pasado todos por situaciones y reacciones similares a las que Amalia y el narrador están experimentando?, ¿no existen todavía muchas relaciones, amorosas o no, iguales a la que la historia describe, en las cuales se usa la retórica, la sicología inversa y la desviación?
Es muy significativo que incluso habiendo sido escrito hace 90 años el relato sea tan actual. El ser humano y sus relaciones siguen siendo complejas y necesitan un escondite que lo albergue y lo proteja del miedo a posibles rechazos.
No hay ninguna conclusión, o en todo caso esto depende de cada lector, su motivación -los seres humanos necesitan rituales e historias para justificar todo en la vida, para intentar entender la existencia. Sería la condición óntica del ser concreto, práctico, que aquí ocurre ontológicamente, a través de su naturaleza, de su significado. Blanchot (1989) dice que “no podemos ver lo que está más allá” (de nuestra capacidad). Lo que nos acostumbramos a percibir y “requerir” es la finitud de todo, su conclusión “natural”, lo cual aplica también para la literatura. Pero la literatura puede ser promesa y esperanza, o una brecha para que el lector complete. Es un proceso infinito.
Felisberto construye sus historias en torno a los misterios, como un puente entre lo que podría ser real y su imaginación -esto le otorga atractivo y significado a la vida- un deseo inherente a cada uno de nosotros, resumido en la palabra japonesa ikigai.
El arte también es estar vivo en los recuerdos de la gente, de los lectores. Felisberto Hernández probablemente nunca supo el significado de la palabra ikigai, lo cual no es relevante. Sin embargo, tal vez el significado de su vida y obra fue mantenerse siempre vivo. Y lo logró totalmente, a través de la unicidad de su escritura. Un brindis por todos los clichés sobre Felisberto, su futuro y el de su obra.