30 abr. 2024

Una tonta calcomanía

Luis Bareiro – @LuisBareiro

El miércoles nos dejó una segunda madre, la tía Mima; me queda una tercera que se quedó solita con un tío abuelo, que fue hermano sostén y padre. Mi madre y mis tías y tíos formaban una tropa de siete hermanos que vivieron apilonados en una casita montada en Sajonia.

Allí mi abuela, separada del marido con menos de treinta años, y con la sola ayuda de dos de sus hermanos, tomó las riendas de su vida. Es la casa más disfuncional que se les pueda ocurrir, porque todo gira en torno a la cocina que era el centro de operaciones de la abuela.

Las mejores vacaciones de verano las pasé en esa casa. Jamás entendí cuál era la relación de unos con otros, eran un montón de adultos viviendo todos juntos. La abuela cocinaba como para un ejército, y siempre había un ejército desfilando en la cocina. No había pariente, amigo o vecino que no pasara de casualidad a la hora del almuerzo, y nunca les faltaba un plato de comida.

Era el único lugar donde no estaba obligado a dormir la siesta, donde el timoreeee del canillita era el anuncio de que podía pasar a jugar con la vecina de enfrente, hasta que el grito de la abuela anunciaba que estaba lista la merienda. Era mi lugar favorito en el mundo y no sabía bien por qué.

Crecimos. La desgracia golpeó varias veces a la familia y en todas esas ocasiones las tías estaban allí, para poner el hombro, para juntar cada moneda, para consolar. Y Mima era el 911. Cuando papá murió mi hermano menor tenía cinco años; cuando murió mamá tenía siete. Se crió entre sus hermanos y sus tías. No le fue mal.

La tía se nos fue el miércoles. El jueves a la tarde la dejamos en La Recoleta. Llovía. Miré el estrecho corredor que lleva al panteón familiar. Allí estaba mi hermano menor, un hombretón de más de un metro con ochenta, dos títulos universitarios y todas las oportunidades por delante; mis hermanos, mis sobrinos, los tíos.

Al abuelo lo vi dos o tres veces en toda la vida. Apenas aportó los genes, luego se borró. Creo que tuvo otros siete hijos en el campo. El tío y las tías nunca se casaron ni tuvieron hijos. Jamás me pregunté sobre su sexualidad; podían haberse vestido de hombres, de mujeres o de payasos, que hubiera dado exactamente igual.

Los vi a todos en ese corredor empapados por la lluvia y por las lágrimas y redescubrí mi lugar favorito en el mundo, el lugar donde está mi familia, una familia que pueden llamar disfuncional o como quieran, pero una familia que no se define por imposiciones religiosas, ni por prejuicios contraculturales ni por una cuestión tan privada y aleatoria como la sexualidad, sino sencillamente por el amor.

Siento vivo el dolor de haber perdido a otra madre; pero tengo una más, y otro padre, y hermanos y tíos y mis hijas y mi esposa y un concepto de familia que no se puede caricaturizar con una tonta calcomanía.

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