25 abr. 2024

Tres virtudes teologales y una venganza

Blas Brítez – @Dedalus729

Marc Randolph viaja por el mundo como inversionista y como evangelista del “buen emprendedor”. Es sereno y con el fogonazo lúcido de la experiencia siempre listo para ser atrapado al voleo por él, cuando quisiera. Esa experiencia tiene un nombre que hoy vale miles de millones de dólares: Netflix. Hace más de una década que ya no forma parte de la compañía. Pero el ejemplo de ella —en la que muchos ven la quintaesencia de la innovación digital en materia de producción audiovisual y comercialización— sigue siendo la base de sus conferencias.

En ellas, a menudo hace referencia a ese momento en que un negocio se tambalea —porque su innovación no es comprendida al principio—, para después afirmarse con valerosa persistencia, luego de comienzos poco más que artesanales. El viejo pasado heroico y fundador de las empresas de la era industrial devenida digital. El modelo Silicon Valley que, por supuesto, ya tiene su serie de televisión, convenientemente satírica.

Randolph suele poner mucho énfasis en la capacidad de dar golpes de dirección en un negocio, en seguir la cuasi religiosa intuición de una idea innovadora. Para él solo hacen falta tres cosas: “Tener una idea, una gran tolerancia al riesgo y confianza en uno mismo”. Estas tres virtudes del capitalismo —que Randolph vende— soportan la identificación con las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Entre las tres, la tercera tiene una importancia insospechada en la actualidad. El filósofo esloveno Slavoj Zizek sostiene que hoy el capitalismo nos convence de que detrás del acto de comprar hay un acto caritativo. Del comprador hacia las personas que están detrás de la producción. Personas pobres. El capitalismo nos invita a redimirnos mediante el consumo filantrópico. Una idea de lo más hipócrita, pero muy efectiva en lo comercial y “responsable en lo social”, por supuesto.

Sin embargo, Randolph no siempre es virtuoso. A veces se entusiasma con una sangrienta retórica de la venganza. En Buenos Aires contó que, originalmente, no tenía la forma material de llevar la idea del streaming a la práctica, por lo que trataron de vendérsela a un grande del negocio de distribución de películas. “Nos recibieron así nomás y se nos rieron en la cara. Creían que estábamos locos, que pretendíamos robarles el dinero. Tan fuerte fue el desprecio, que salimos de allí y nos juramentamos que no íbamos a parar hasta verlos acabados. Y trabajamos muy duro hasta que desaparecieron”, dijo en 2015, ante un embobado auditorio en un hotel cinco estrellas de Puerto Madero.

Expresaba un poco el impulso genuinamente capitalista. Antes de tener una oficina en Silicon Valley, todos aquellos que tienen ideas parecidas a las de Randolph piensan en decapitar, desmembrar, regar de sangre el camino que conduce al altar del éxito. Cuando están allí, se cuidan de que no sean decapitados y desmembrados por otros como ellos.

Esta idea de ser un asesino serial del capitalismo es la que se vende y se elogia, muy cara, en los hoteles de América Latina.

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