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Woody está perdido en una casa en la que fue secuestrado su amigo Buzz. En medio de la oscuridad se le aparece un muñeco que se yergue ante él: Woody se paraliza de terror y nosotros con él. Esta secuencia de Toy Story la recuerdo solo para fundamentar el natural miedo que engendran en nosotros los muñecos y muñecas, incluso cuando se trata de una comedia familiar animada.
Ahora estamos frente a una película de terror, es decir, ideada para asustarnos y con una muñeca diabólica como protagonista. La principal fortaleza de esta producción es el sacar el mayor provecho de ese horror atávico que nos provocan. La cámara siempre hace el primer plano diciéndonos que Annabelle hará alguna mueca, pero lo genial es que nunca lo hace. Está ahí, impertérrita y fea. Y más nos gusta por eso.
No es la octava maravilla, excepto en la ambientación de época. La trama es bastante simple, pero el ritmo es muy bien llevado. Annabelle no entra en acción enseguida, pero el terreno se va preparando de a poco y con buenas escenas de susto. La pareja protagonista lleva muy bien su papel, pero es en la dirección de arte donde la película se lleva todos los aplausos: el inicio de los setenta está en todo su esplendor y ningún detalle se les escapa. Hasta la paleta de colores ayuda para la nostalgia.
Por supuesto, están de por medio el rito satánico, que explica por qué la muñeca es la que está maldita, y qué es lo que quiere don Satanás en el fondo. Justamente este señor, jefe del infierno, tiene a veces apariciones desconcertantes. Como que no se decide a entrar en escena y se comporta como un adolescente que a veces hace berrinche y en otras es totalmente indiferente.
Pero bueno. En estos tiempos lo que interesa es que los chiquilines y chiquilinas púberes que van por miríadas a ver a Annabelle se lleven el susto de sus vidas. Van por ello y la muñeca les paga con creces. El resto es para demonios menores. No tiene el nivel de El conjuro, lo que ya es de esperar en todo spin-off ocasional. Asusta bien y punto.
Calificación: *** (bueno)