En los tiempos en que la esclavitud era una práctica legal y aceptada, un hombre de raza negra podía ser tratado como un animal o una cosa, y quien pretendía hacer entender que era un ser humano, con dignidad y derechos como otros, era considerado un demente, traidor y hasta un peligro para la sociedad. Este fue el caso del recordado Martin Luther King, asesinado en 1968 tras una importante labor a favor de los derechos para los afroestadounidenses.
La evidencia de que se trataba de un semejante, era contundente y clara, pero ello no garantizaba su reconocimiento. Las características físicas, fisiológicas y sicológicas de la persona de color eran esencialmente idénticas; todo lo indicaba, sin embargo, había una postura –hoy podemos decir, irracional, porque no consideraban todos los elementos en juego– que, sustentada en elementos culturales, intereses económicos y políticos, hacía inaceptable el reconocimiento de esa realidad. La evidencia iba de la mano de la justicia, pero llevó tiempo avanzar.
Recientemente Paraguay rechazó en la ONU descriminalizar el aborto, como le solicitaron varios países durante el Examen Periódico Universal (EPU) sobre derechos humanos; es decir, hoy nuevamente nos encontramos discutiendo aspectos básicos, que parecían ya superados, como el derecho a la vida de cualquier ser humano, como si estuviéramos en foja cero. Casi sin darnos cuenta, hemos retrocedido tanto que es necesario volver a explicar que matar a un hombre o mujer, en proceso de desarrollo, es un crimen, por más excusas o argumentos relacionados con la salud, la pobreza o la ideología, que se nos pueda ocurrir.
Por ello, es loable y digna la postura que mantiene Paraguay ante la presión de muchas naciones y organizaciones internacionales que buscan que en el país se legalice el aborto, desconociendo que se trata de seres humanos, como lo demuestran cada vez más, y de manera irrefutable, las investigaciones científicas; entre ellas que en el momento de la concepción se crea el ADN de un ser humano único, que nunca ha existido y no se volverá a repetir; y que en ese momento se determinan todos los rasgos físicos del bebé; sexo, color de pelo y ojos y que el corazón del no nacido comienza a latir apenas a los 22 días de su concepción.
Una cosa es tan clara como la evidencia que la sustenta: Avanzar como sociedad nunca pasará por la muerte silenciosa, aunque sea “legal y segura”, de inocentes niños y niñas en el vientre materno. Aunemos esfuerzos y busquemos otras salidas, más humanas y racionales; por bien nuestro y de las próximas generaciones.
 
    
     
    
     
 
 
 
 
