16 may. 2024

Ni tan tan, ni muy muy

Arnaldo Alegre

La simplificación es tan nociva como la complejización. La primera peca de reduccionista y la segunda de enrevesada. Ambas llevan al pantano de la inacción, a la imposibilidad interesada de no encontrar soluciones. Las discusiones que se dieron en torno al reclamo de los campesinos es una muestra de ello.

Por un lado están los que califican a los manifestantes de haraganes, de no adecuarse a los nuevos tiempos, de pensar solamente en sus intereses.

Por otro, están los que los elevan a los altares de la inmolación social, víctimas de un sistema espurio que se aprovecha de su atávica pasividad y que están desapareciendo ante la vista de una mayoría privilegiada.

En verdad, ni uno ni otro se ajustan a la verdad, al menos en su plena extensión.

El problema campesino es real, aunque ellos no son actores pasivos. La exclusión por el boom de la producción mecanizada e intensiva es cierta. No hay espacios para la agricultura familiar, pues ella está siendo sometida a la presión de las grandes empresas y sus satélites que fagocitan todo lo que esté cerca. Lo que genera daños económicos, culturales y sociales.

Por supuesto, la solución no pasa por un subsidio armado a la bartola para aprovechar las circunstancias electorales que hacen que los políticos tengan el sí más fácil y estén sospechosamente interesados en atender las necesidades de los desposeídos y otros similares.

Esta crisis muestra el fracaso de los gobiernos de la democracia para solucionar los problemas socioeconómicos. Es más fácil, según los hechos lo demuestran, manejar las tensiones sociales mediante corruptelas y canonjías para domesticar a los líderes sociales y calmar la crisis.

Tirar dinero sirve más que sentarse a pensar qué caminos tomar para gastar sin corrupción el dinero público y hallar planes viables para que ningún paraguayo esté excluido.

Tampoco son muy complicados los programas de inclusión social que pueden implementarse en el campo. No son prácticas de otro planeta, son soluciones que se aplicaron en otros países con éxito, pero sobre todo con honestidad. Y esa es una materia pendiente. Se gastaron millones de dólares de una forma absolutamente ineficiente y sospechosa y el problema sigue ahí.

Eso debe acabar; y ¿cómo se hace? Con control administrativo y castigo judicial. De ahí vamos a otra realidad, ser corruptos es redituable moral y económicamente en el Paraguay. Pero, fundamentalmente, no es complicado. Además tenés gran posibilidad de quedar impune, pues se pueden comprar fiscales y jueces, y algún que otro miembro de la Corte, a precio módico.

El subsidio es un derecho al que puede acceder todo ciudadano que reclama la atención del Estado. Otra cosa es traficar con las necesidades ajenas para pescar en río revuelto.

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