Llamar ideología de género a la teoría de género es ideológico; es querer desviar la atención hacia cuestiones fútiles y evitar así que uno se concentre en el meollo del asunto. Cuando una teoría empieza a molestar es porque hace tambalear nuestras creencias más profundas. Es lo que hace hasta hoy el evolucionismo y por eso muchos aún lo denostan. Lo mismo ocurre con la teoría de género.
Lo que muchos enemigos de tales teorías no saben es qué son las teorías: conjuntos de conjeturas que están abiertas a ser discutidas en el ámbito científico. No son verdades indiscutibles como creen. Sin embargo, tales teorías están apoyadas en investigaciones, todas ellas bajo una construcción de instrumentos y otros elementos de análisis supervisados por argumentos racionales.
El llamar ideología a una teoría es en el fondo negarse a la discusión racional. Es temer a la ciencia porque en realidad no tenemos bases para discutirle o, mejor aún, nuestras posiciones son más bien dogmas basados en libros religiosos anticuados o en una tradición que nos fue traída por los colonizadores e impuesta a la fuerza, no por el amor ni la misericordia como muchos quieren hacerlo creer.
Lo ideológico, en una de sus acepciones más conocidas, es el proceso de ocultamiento de una realidad cultural maquillándola como si fuera una realidad natural. La teoría de género argumenta que muchas situaciones provenientes de nuestra condición sexual biológicamente determinada luego derivan en comportamientos que ya no tienen que ver con la biología, sino con condicionamientos culturales que crean situaciones de desigualdad social, moral y política entre las personas. Denunciar esto, por supuesto, no conviene a muchos grupos de poder, corporaciones religiosas y políticas sin escrúpulos.
La ignorancia, sumada al miedo, lleva al odio y la discriminación social, y en su menor expresión, a acciones como las de las iglesias cristianas que comunicado mediante quieren desviar la atención. Eso sí es ideología. “La verdad os hará libres”, decía el revolucionario al que dicen seguir. Se contradicen al negarla y, una vez más, no están a la altura de la transformación social que deberían encabezar.
La desigualdad social que se traduce en muchos actos de nuestra educación, nuestra identidad comunitaria y nuestro accionar político es perfectamente explicable por actos donde lo ideológico tiene una fuerza arrolladora.
Lo que ocurrió en nuestro Parlamento y en las iglesias es el reflejo de dónde debe apuntar la verdadera lucha contra la ideología.