No hay una sin dos, suele decirse. Pero cuando la cosa se vuelve una retahíla se torna necedad. El presidente Cartes no podía dejar pasar el cumpleaños del dictador Stroessner (3 de noviembre) para hacer gala de su insobornable estupidez y mediocridad. Producto él mismo de los beneficios espurios de los años de terror –y de la corrupción que se incubó y desplegó– se puso a criticar a quienes cuestionan al régimen criminal y enfundó una zoncera, maquillada de primaria ironía, para ensayar un mal hilvanado justificativo. La cúspide de su discurso y que lo pinta de cuerpo entero –como dirían los analistas de la enunciación– fue cuando asumió que ese día era Fecha feliz, la institución a la lambisconería, el arrebato abyecto y la lascibia prebendaria del dictador. El cumpleaños del Rubio. El asesino de quienes luchaban por la democracia. El instaurador de la corrupción como cultura y destrucción en el país.
Cartes habló de esto, esta semana, en un acto en el Alto Paraná. Muy cerca de Ciudad del Este, otrora Pto. Presidente Stroessner. Allí también enfundó otra triste y célebre frase del mismísimo tirano: El mejor amigo de un colorado, es otro colorado. Expresión con la que se encubrieron cómplicemente todas las barbaridades, el latrocinio, la persecución, las torturas y las muertes bajo el régimen de sangre.
Y remató con un: Le guste a quien le guste, quiero teñir de rojo la República del Paraguay, con municipios colorados. Clásica expresión con fuerte carga de autoritarismo e irrespetuosa prepotencia; como la que viene imponiéndose desde la época del dictador y del partido que le sirvió de bastón para deshacer la República.
Pero la cosa no termina allí. En ese mismo acto y antes de tanto exabrupto, Cartes acometió una legitimación del dictador, su dictadura y sus adoradores. Mario Abdo Benítez, hijo de su homónimo, que fuera secretario de Stroessner, y actual presidente del Congreso Nacional, debía pronunciar allí un discurso, pero, según el mandatario: Me dijo, no me voy a aguantar, no me voy a aguantar. Felicidades! (por el 3 de noviembre), y celebró con una sonrisa socarrona.
Cartes es de esos típicos personajes que, amparados en la petulancia de su riqueza obtenida mediante medios ilegales, según las denuncias de público conocimiento, habla porque tiene boca. Nunca sabe lo que dice. Siempre se desubica. Ignora todo. No le importa hacer el ridículo y, por si todo fuera poco, llega a presidente de la República alquilando un partido (del que Stroessner sigue siendo presidente honorario), para desgracia de la población y sus instituciones.
La reivindicación de la dictadura y del dictador es el reflejo de su soterrado stronismo. Por algo tiene un canciller (Eladio Loizaga) forjado en las escuelas de la Liga Mundial Anticomunista; y cada vez que puede, defiende al tirano.
Esta vez, antes que pedir disculpas, se mofó de la memoria.