Mucho se ha hablado ya acerca de los que concurrieron a votar en este inicio de semana. Sin embargo, 44 de cada 100 personas dejaron de acudir a los lugares de votación el domingo pasado, según informe del Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE).
La Constitución Nacional, en su artículo 118, dice que “el sufragio es derecho, deber y función pública del elector”. Esto implica que cada ciudadano que esté dentro de la edad de votar está habilitado a expresar su parecer. No solo eso: es un deber suyo, lo cual conlleva el criterio de que es obligatorio votar.
Aun así, hubo ciudadanos que han preferido usar el lenguaje de la omisión del ejercicio de un derecho y el cumplimiento de una obligación para expresar su punto de vista.
Una de las causas por la que muchos no acuden a las mesas electorales es la poca o nula credibilidad de los que ejercen los gobiernos locales de las intendencias y las concejalías municipales.
Los políticos, con su gestión ineficiente, incapaces de dar respuestas a los problemas de sus comunidades a lo que en no pocas ocasiones suma la deshonestidad al apoderarse de los recursos públicos, han transmitido la idea de que están en los cargos para enriquecerse y beneficiar solo a sus parientes, amigos y correligionarios. No han comunicado el mensaje de que son servidores públicos predispuestos a gestionar el bien común.
La respuesta de casi la mitad de la población, a raíz de las evidencias de corrupción con las que se encuentra todos los días en los medios de comunicación, es dejar de votar por aquellos que consideran van a reproducir los esquemas de comportamiento de sus predecesores.
Otra razón del ausentismo en las urnas es la carencia de un sentido de pertenencia que genere la conciencia de que todos los ciudadanos tienen que decidir el destino de sus comunidades.
Muchos se creen islas que no necesitan asumir posturas que incidan sobre el futuro inmediato de las poblaciones. Y actúan en consecuencia.
Cuando los ciudadanos no acuden a ejercer el poder de decidir acerca del futuro de su comunidad desaprovechan el único momento de la vida democrática que les convierte en verdaderos soberanos, porque su voto incidirá en el destino de su municipio.
Al ver que los intendentes son corruptos, nada se ganará expresando indiferencia hacia ellos. Es la forma en que los deshonestos triunfan. Por el contrario, hay que hacer uso del voto para desalojarlos de poder apostando por administradores honestos de la cosa pública.
Acudir a las urnas para votar por los que se considera que son los mejores candidatos es la mejor forma de cooperar con el desarrollo cívico del país. Si no, la historia de los corruptos que siguen en el poder o acceden a él va a ser una historia de nunca acabar.