23 abr. 2024

“El ejemplo de familia no existía en Paraguay”

La historiadora Ana Barreto nos habla sobre el paraíso de Mahoma, el concubinato y la cruzada moralizante de Carlos Antonio López. También explica por qué las paraguayas, hasta no hace mucho, rechazaban la atadura del matrimonio.

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Una postal. La imagen de una familia paraguaya que data de 1904. Una foto de la historiadora Ana Barreto.

Brigitte Colmán
bcolman@uhora.com.py

Todo comenzó cuando los españoles que llegaron a estas tierras la convirtieron en lo que se conoció como el paraíso de Mahoma. Corrían los primeros años de la Conquista y estos supieron ver la ventaja a un patrón de conducta de los guaraníes: los caciques tenían varias esposas, “claro que provenían de pactos, negociaciones políticas que se hacían con otras tribus como para acrecentar el territorio o lazos de parentesco. La nación guaraní era una nación gigante”, explica Ana Barreto, historiadora, directora de la Casa de la Independencia.

Cuando los conquistadores vinieron, los caciques ofrecieron a sus hijas para hacer esos pactos, pero los españoles lo llevaron a un extremo. “Al principio eran negociaciones, pero después fueron a las tolderías a arrastrarlas y llevarlas con ellos y convertirles a ellas y todos sus parientes en siervos”.
La Provincia del Paraguay estaba aislada, lejos de todo y ni obispo tenía, ya que nadie quería venir al Paraguay, habiendo otros centros más importantes. ¿Es en este momento de la historia cuando el concubinato se vuelve una práctica normal? La respuesta no es tan simple.

La historiadora expone los hechos. Para los hombres era normal el amancebamiento, estar con una mujer en su casa, tener hijos con ella, tener hijos con otra y visitarlas a cada una, “no era algo inmoral, porque era una práctica extendida”.

Ana Barreto explica que en tiempos de la Colonia se exigía el servicio militar. Las personas que pertenecían a la élite podían evadirlo entregando armas, uniformes o caballos, pero una persona de una capa inferior no se salvaba. Entonces era enviado a lugares de frontera, y el destinamiento podía durar dos o tres años, y ¿qué era lo que pasaba? El hombre iba y no regresaba más porque se hacía de mujer e hijos en estos lugares de frontera.

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“Las mujeres paraguayas empezaron a acostumbrarse. Además del peso de la tradición de la mujer guaraní, quien era la encargada de la chacra, era la encargada de la cocina, era la encargada de hacer las cerámicas para la cocción de los alimentos, es decir, la mujer era la administradora del hogar guaraní. Esa tradición no se cortó jamás, se transformó. Y eso fue finalmente lo que quedó en las mestizas, y también eso fue lo que quedó –a mí entender– dentro de la idiosincrasia de los hombres”, apunta.

Lo prohibido. Detalla Barreto que durante el gobierno de Francia no se persiguió el concubinato; lo que el supremo dictador hizo fue prohibir el casamiento entre españoles y mujeres de la provincia. La primera campaña moralizadora llega de la mano de Carlos Antonio López, para obligar a la gente a casarse y a tener hijos dentro del matrimonio. “Carlos Antonio López pretende modernizar al país, y modernización no era solamente traer técnicos, maquinarias, industrias, letras, volver a restaurar la educación superior en el Paraguay, sino hacer efectiva la familia. Porque el ejemplo de familia no existía en el Paraguay. No como hoy pensamos, papá, mamá e hijos. No existía eso. El 80% de los nacimientos se daban fuera del matrimonio”.

Barreto señala que probablemente si se preguntaba a los guaraníes cómo era su familia, iban a responder que su familia se extiende desde esta comarca hasta el río Ypané y tienen 300 hermanos.
“La concepción de familia de los guaraníes es completamente diferente de la que nosotros tenemos. Pero estoy segura de que la concepción de familia mayoritariamente que existía en Paraguay, por lo menos hasta el gobierno de don Carlos, y la que existía durante toda la Colonia tampoco estaba bajo esos cánones”.

La cruzada de don Carlos y su esposa fue intensiva hasta su muerte en 1862, pero ninguno de sus hijos varones, Benigno o Francisco Solano, adscribieron a ella, ya que es sabido que Benigno tenía hijas e hijos fuera del matrimonio, y Francisco no tuvo ninguna intención de formalizarse. Luego vino la guerra, dice la historiadora, y señala que los gobiernos que vienen posterior a 1870, son liberales en ideas políticas y económicas, pero conservadores socialmente.

Tras la guerra, sigue narrando Barreto, fueron décadas de completo abandono de los pueblos que estaban fuera de la influencia de Asunción. Y es cuando se inicia la segunda campaña moralizante de la sociedad con el obispo Juan Sinforiano Bogarín, quien realiza giras por el interior para bautizar, y, sobre todo, para casar a las parejas. Se cuenta que Bogarín encuentra en su periplo, personas que llevan juntas hasta 20 años, con muchos hijos en común, y de la pareja, quien más se solía resistir al matrimonio era la mujer.

La frase que resaltaba era: “No, yo no me quiero atar"; y dice Ana Barreto que eso exclamaban mujeres que llevaban décadas en pareja y con varios hijos. ¿Cómo se explica esto? Y resulta que, mientras los hombres eran destinados a la frontera, donde no tenían ningún control social, las mujeres casadas se quedaban en el pueblo, coaccionadas por la institución del matrimonio: no pudiendo vender ni comprar nada, ni hacer demandas. Por eso no tenía sentido la institución del matrimonio para ellas, que si no estaban casadas, eran libres de disponer de sus vidas, incluso de su conducta económica, porque solo así eran dueñas de sus bienes.

Estas largas ausencias de los varones, se suceden a lo largo de la historia. En la Colonia, en la época Independiente, durante y después de la Guerra contra la Triple Alianza y después de esta, llegando incluso a las primeras décadas del siglo XX, con los mensú que nunca volvían de la esclavitud de los yerbales. Esto explica cómo se rompían los vínculos familiares, pero quizá lo que más incidió fue el hecho de que el matrimonio no les daba ni seguridad ni derechos a las mujeres.

Prócer demandado

En 1812, cuando Iturbe, prócer de la Independencia, va a casarse, la que era su concubina lo demanda. La historiadora explica que la relación no era de matrimonio, y tenían dos hijos, que tampoco eran reconocidos de pleno. Cuando Iturbe empezó el trámite de matrimonio, la mujer le puso una denuncia por prestación de alimentos, “y dice que él abandonó a los chicos, que hacía un año que no recibían ayuda del padre”. La ayuda no era mensual, en la concepción que tenemos, aclara, sino que era entregar una extensión de tierra, construir el rancho o entregar vacas.

El cura párroco

En tiempos de don Carlos, una mujer acudió al juez de Paz de Saladillo, sería hoy entre Villeta y Villa Oliva, y denunció a su concubino por maltrato. Contó que desde hacía un tiempo sufría torturas por parte del hombre, quien se niega a reconocer la ruptura de la relación. El juez de Paz le pregunta: ¿A quién está denunciando?, y ella le dice es fulano de tal, y se trataba del cura párroco. Relató que están juntos desde hacía 24 años, tuvieron 16 hijos, y que además el cura tiene 3 hijos más con su esclava Martina. Al final, don Carlos Antonio López expulsó al cura Bernardino Zambrano.

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