El tercer tomo de la Historia económica del Paraguay, de Washington Ashwell (1927-2015), cuenta los entretelones de lo que fue la llegada al país de la primera misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) en los inicios de la dictadura de Alfredo Stroessner.
El libro pasa de la divulgación no siempre muy científica a la narración autobiográfica, por lo que narra la actuación de su autor en el Banco Central del Paraguay (BCP) –institución que dirigiría luego entre 1999 y 2001–. Ashwell cuenta detalles de la influencia del FMI en la política económica del BCP, dirigido durante los primeros años del stronismo (1956-1959) por Gustavo Storm (1906-2003), antes de que César Romeo Acosta instalara su usina corrupta de más de tres décadas allí, del cual el mismo Horacio Cartes se cebó mediante los dólares preferenciales que lo convirtieron en prófugo de la justicia.
Storm ubicó en una amplia oficina del Banco a los emisarios del Fondo, con quienes Stroessner había pactado el primer “jugoso” Acuerdo Stand By (1956) que exigía disminución del gasto social y control del aumento salarial, entre otras medidas. Había una fuerte insatisfacción obrera, con periódicas amenazas de huelga general (que se materializarían en 1958) e inflación voraz. Storm contrató al entonces joven economista Ashwell para que fuera quien vigilara sus espaldas en medio de la desconfianza de los burócratas del BCP y del escepticismo de Stroessner.
Lo primero que hizo Ashwell fue leer las más de cincuenta páginas que los emisarios redactaron para que Storm las leyera en una audición radial en donde explicaría su plan de ajuste, y trataría de “convencer” a los trabajadores de que era necesaria su “paciencia”. Ashwell, según su relato, le dijo dos cosas a Storm. La primera fue que no podía leer cincuenta páginas en una emisión radial. La segunda es un hallazgo demostrativo de lo que los asesores económicos y políticos de Stroessner y los de los presidentes de la democracia han hecho (hasta hoy): maquillar, endulzar planes nefastos. Le dijo a Storm que no podía leer eso, pues dejaría así en evidencia que quien decidía las cuestiones de la economía nacional, con énfasis impopular, era una institución foránea. Por lo que le sugirió que perorara sobre las (falsas) bondades que el “nuevo rumbo” económico traería para la gente de a pie. Storm le pidió que redactara ese efecto cosmético. El presidente del BCP leyó el documento fraguado, y Stroessner, quien escuchaba la emisión, lo llamó inmediatamente para darle su total apoyo, impresionado por la retórica en torno a un préstamo condicionado por disposiciones de política económica interna. El FMI siguió prestándole dinero al dictador, con la anuencia y la vigilancia de la Embajada norteamericana, deseosa de mantener en el poder al “campeón del anticomunismo”.
Ashwell –para quien el golpe a Federico Chaves (1954) por parte de Stroessner fue una mera “destitución"– terminó trabajando en el Fondo Monetario Internacional.