–Decía usted que políticas contracíclicas ya no son suficientes, ya que el escenario ha cambiado, ¿cuál puede ser la forma de encarar este escenario en economías pequeñas como Paraguay?
–La política contracíclica es una acción, ya sea en la política monetaria o fiscal orientada a amortiguar una caída o una subida transitoria en la actividad de la demanda agregada (total). En ese caso, sabes que lo que está pasando es algo transitorio y puedes enfriar la economía o estimularla. Lo que está pasando en Latinoamérica no es una situación transitoria; lo que está pasando es un cambio bastante permanente en los factores externos, en particular en los precios de nuestros bienes de exportación; entonces, como resultado de eso lo que haces con la política económica no puede cambiar las realidades externas, hay que aceptarlas y hay que adaptarse a ellas. El proceso de transición a estas nuevas realidades va más allá de las políticas contracíclicas.
–¿Qué se necesita para adaptarse a esta transformación?
–Se requieren políticas macroeconómicas que suavicen y hagan eficiente la adaptación de la economía a las nuevas realidades. ¿Qué se puede hacer para que esta transición sea lo menos penosa posible? Bueno, primero hay que preocuparse de mantener el empleo lo mejor que se pueda sin crear desequilibrios. Es difícil mantener el empleo alto cuando estás en una transición, porque parte de ella consiste en recortar el gasto total de la economía para que se acomode al nuevo ingreso. El ingreso cayó, el gasto tiene que reducirse y eso genera desaceleración, y a veces amplifica el proceso de reducción de la actividad económica. En ese caso, lo que más puede ayudar es que como la demanda interna está contrayéndose o restringiéndose, la demanda externa suba.
–¿Cómo aprovechamos esta demanda de otros países por nuestros productos?
–Una de las principales maneras de resolver la situación que tenemos es reorientar los recursos de nuestra economía, los trabajadores, el capital hacia los mercados internacionales para que la demanda externa sustituya este reacomodo de la demanda interna, pero eso no es fácil porque fíjate que incluso en países en que han devaluado mucho su moneda y que han ganado competitividad externa todavía no se ve un repunte importante en las exportaciones. Por ejemplo, puedes comparar a Latinoamérica con Estados Unidos, cuando el dólar se deprecia las exportaciones norteamericanas responden relativamente rápidas, una manera de interpretar esto es que EEUU ya tiene presencia en los mercados internacionales, ya conoce sus mercados, ya los ha explorado, entonces cuando se vuelve más competitivo es fácil suplir a esos mercados con productos más baratos.
Pero en América Latina no estamos tan presentes en esos mercados internacionales, nuestra presencia está restringida a las materias primas, entonces cuando se abren oportunidades para expandir otros negocios no tenemos todavía las conexiones, las capacidades para estar allá y eso es lo que tenemos que tratar de desarrollar para poder sortear mejor la sociedad actual.
–En este nuevo escenario, ¿cuál debe ser la prioridad?
–No hay prioridad más grande para la política pública que asegurarse el progreso de la persona, y el empleo es un camino a través del cual la gente se desarrolla, logra vivir, logra sostener a su familia y sentir el crecimiento de la dignidad humana de tener un trabajo productivo. El problema de nuestras economías es que tienen dificultades en generar suficiente empleo; entonces, eso genera varios problemas y eso hace que la gente busque trabajo afuera. En ese proceso algo sufre el país, porque las remesas no reemplazan el empleo productivo en tu propio país.
Cuando uno piensa en el desarrollo económico es bueno preguntarse por qué nuestras economías son incapaces de generar suficiente empleo de buena calidad y eso requiere pensar en el mercado laboral y en los dos lados: por el lado de la productividad, cuánto contribuye el empleado al desarrollo empresarial y a los nuevos negocios para que el bienestar de la población suba, pero también al mercado laboral desde el punto de vista de la equidad, y ahí es donde la discusión se polariza, le dan solo la prioridad al lado de la productividad del trabajo y no le dan suficiente atención al lado de la protección social y los beneficios para el empleado.
–¿Cómo conjugar ambos puntos de vista?
–Encontrar ese balance no es fácil, genera un gran debate social y eso es lo que queremos. Pero podríamos resumirlo en que queremos tener un sistema de política y seguridad social que no sea enemigo de esta necesidad de movilidad que nuestras economías exigen de nuestros empleados. En promedio, cada trabajador en su vida normal va a tener 4 o 5 empleos porque esa es la naturaleza de la economía moderna, por ello necesitas un sistema de protección social, de beneficios sociales que puedan acompañar al trabajador en su movilidad.
Eso es difícil en América Latina porque viene de una historia en la que se privilegió la estabilidad del trabajador, que funcionaba en los años 60, 70, cuando las leyes estaban orientadas a que el trabajador se quede toda su vida en una sola empresa. El mundo moderno ya no permite eso, entonces necesitamos encontrar un nuevo balance que permita tener un capital humano mucho mejor preparado, con más destrezas, con más flexibilidad para adaptarse al cambio que hay en las empresas como resultado del cambio tecnológico, del comercio internacional, pero que al hacerlo el trabajador no se sienta que cae en el abismo, que tenga suficientes redes de protección social para poder con tranquilidad moverse de un empleo a otro y ese es el balance que la región está todavía buscando y todavía no lo ha encontrado.
–Hablaba de la flexibilización del salario mínimo como alternativa ante una desaceleración o contracción en la economía. ¿Cómo instalar ese diálogo sin generar rechazo entre los trabajadores?
–Es complicado; lo que decimos es que ves los datos de América Latina durante los buenos años 2003-2011 y hubo un auge de crecimiento y de demanda que generó mucho empleo y, en particular, para los trabajadores con menores destrezas. En ese tiempo, los salarios mínimos de muchos de nuestros países subieron, pero no afectó porque había suficiente auge en las economías y más bien ayudó a que mejore la distribución del ingreso laboral y no coartó la generación de empleo.
Pero cuando las economías se desaceleran o el ciclo es a la baja puede ser que en algunos países el salario mínimo en lugar de ayudar empiece a limitar o a perjudicar la generación de empleo y ahí las sociedades entran en un debate complicado porque, por un lado, quieres que el empleo no sea precario, que no volvamos a maltrato de los empleados, pero, por otro lado, quieres que haya empleo, entonces tiene un debate interesante porque el que se queda empleado quiere que el salario se mantenga, pero el que perdió el empleo hubiera preferido seguir en el empleo con un salario más bajo. Ese balance tampoco es fácil de alcanzar.
–Pero no en todos los países cuentan con un salario mínimo elevado…
–Debo decir que hay muchos países de la región donde el salario mínimo es bajo y no restringe, pero hay otros en donde quizás el salario mínimo puede convertirse en un enemigo de la generación de empleos en el segmento de empleados con menor educación y menores destrezas. El salario mínimo normalmente no afecta a empleados con más capacidades y más calificaciones.