Estamos llegando a los últimos días del año 2014. Un año en que la joven democracia paraguaya ha cumplido 25 años de vida. Parafraseando la letra de un tango, 25 años no es nada. No es nada comparado con democracias consolidadas, como la de Estados Unidos y la de Inglaterra que tienen más de doscientos años de vida.
Justamente por ser joven necesitamos permanentemente analizar su evolución, aprendiendo de los errores cometidos, y modificando su funcionamiento de manera que se vaya perfeccionando y consolidando.
Debemos recordar que la base esencial de la democracia es la autofundación. Es decir, la democracia es un sistema creado por los hombres y no por un designio divino. Y como es creado por los hombres, es un sistema que puede ser cambiado por los mismos hombres.
Basado en estas premisas, Dende –en este año de las bodas de plata de nuestra democracia– organizó diversas mesas de análisis sobre su evolución y su realidad actual.
En primer lugar, hemos celebrado con alegría los 25 años de amplias libertades ininterrumpidas que hemos disfrutado, hecho inédito en la historia de nuestro país.
Para los que vivimos una parte importante de nuestras vidas bajo la opresión de la dictadura de Stroessner –que prohibía la lectura de ciertos libros, el poder ver determinadas películas u organizar reuniones de reflexión y análisis– la libertad que hoy disfrutamos no tiene precio y tenemos que valorarla y cuidarla.
En segundo lugar, hemos analizado con preocupación el deterioro progresivo de las principales instituciones de nuestra democracia: como nuestro sistema electoral, que elección tras elección elige a representantes de peor nivel intelectual y moral; como nuestro Poder Judicial que debiendo ser la garantía para la protección de nuestros derechos se ha convertido en el epicentro de la corrupción y de la extorsión; y como nuestro aparato de seguridad, que debiendo ser el defensor de nuestras fronteras y de nuestra seguridad interior, hoy se encuentra totalmente cooptado por el narcotráfico y la delincuencia internacional.
El resultado final de este año de análisis, ha sido la constatación del creciente deterioro ético y moral de nuestra sociedad, así como el alarmante crecimiento de la corrupción en el funcionamiento del Estado.
En el inicio de la era democrática nuestros representantes en el Congreso eran mejores, nuestros jueces eran mejores, la corrupción y la inseguridad eran menores. En casi todos los aspectos hemos empeorado y esa tendencia debe revertirse, si queremos seguir viviendo en democracia.
Y la única manera en que lograremos revertirla es con el involucramiento directo de la gente buena de nuestro país en todo lo que tenga que ver con la gestión o la incidencia en lo público.
Gandhi decía: “No tengo miedo a la acción de los pocos que son malos; tengo miedo a la indiferencia de los muchos que son buenos”.
Tengo miedo a la indiferencia de una clase económica pudiente que vive disfrutando de la bonanza de los últimos años, pero totalmente indiferente a la realidad política y social; tengo miedo a la indiferencia de una clase intelectualmente preparada, pero que se ha alejado de la política por la suciedad que encuentra en ella y por la indiferencia o incluso el desprecio de gran parte de la sociedad civil hacia ella.
Si los que más tienen económica e intelectualmente, no se meten en política, no nos quejemos de ser gobernados por los corruptos y por los ignorantes.
Meterse en política puede ser el candidatarse para un cargo público, o apoyar económicamente a un candidato, o apoyar haciendo proselitismo, o apoyar a organizaciones de la sociedad civil que están incidiendo en políticas públicas... trabajar en política es simplemente ser un ciudadano activo, y preocupado y ocupado en los temas que afectan a la comunidad.
En la dictadura nuestros padres nos decían: "¡No te metas!”. Ahora tenemos que decirles a nuestros hijos y a nosotros mismos: "¡Metete o... no te quejes!”.