Es improbable que se borre de la memoria el 11 de marzo de 2020 en Paraguay; fecha en que se daba inicio a la cuarentena sanitaria ante el ingreso del Covid-19 en el país. Desde ese día, sin saberlo, tuvo lugar un insospechado y difícil cambio de hábito personal y en la forma de relacionarse con los demás que sigue vigente hasta hoy.
A su vez, durante ese contexto de aislamiento preventivo, se dio paso a la virtualidad tanto en el ámbito laboral como educativo, ya que las clases presenciales en escuelas, colegios y universidades automáticamente fueron suspendidas ante el peligro de contagio.
Las aulas permanecieron vacías prácticamente todo el año hasta que en noviembre se habilitó en parte, para el cierre del ciclo de los alumnos del tercero de la educación media. La educación a distancia no hizo otra cosa que aflorar las precariedades programáticas, la improvisación y orfandad tecnológica así como la falta de capacitación docente.
En las empresas e instituciones públicas se impuso paulatinamente el trabajo en cuadrillas, bajo los protocolos sanitarios: uso de mascarillas, lavado de manos y distanciamiento físico.
Desde la fecha señalada también se canceló todo tipo de actividad social, como eventos públicos y privados. Esto último tuvo su reapertura en octubre, con presencia limitada de personas.
El régimen pandémico del Covid cerró todo. Y dejó en la calle a más de 33.000 trabajadores, entre desempleados y cesados.
La ministra de Trabajo, Carla Bacigalupo, había informado en junio pasado que un total de 2.062 empresas habían solicitado la ampliación de las suspensiones del contrato de trabajo hasta agosto y que afectó a 21.611 empleados de los sectores de servicios y comercios, turismo, restaurantes, sector educativo, etc.
Los shoppings, tiendas comerciales, restaurantes y locales gastronómicos reabrieron recién a partir de junio, pero con un panorama poco alentador de pronta recuperación, ya que estos negocios se nutren de la presencia masiva de consumidores.
“El gobierno no va a ser el que cierre tu negocio, va a ser el Covid; este virus es el que marca la agenda”. Frases como esa salían de la boca del ministro de Salud, Julio Mazzoleni, y de otras autoridades sanitarias cada vez que se pensaba en retroceder de fases o de una cuarentena total ante la disparada de contagios que se fueron dando en distintos momentos de esta pandemia.
El precio de levantar gradualmente el aislamiento general preventivo, mediante las fases de la “cuarentena inteligente”, empezó a reflejarse en el número de contagios. A partir de mayo y junio, los casos sin nexo que se daban en la comunidad iniciaban su camino ascendente. Para el mes de julio, los contagios comunitarios superaban ampliamente a los casos provenientes del exterior.
Así también, durante ese mes las muertes provocadas por el Covid eran diarias. Este hecho terminó de consumarse en agosto cuando se superó la cifra de los 270 fallecidos totales, siendo que se proyectaba llegar a ese número recién a mediados de octubre.
El esfuerzo general del encierro durante marzo y abril, incluso mayo, permitió al Gobierno equipar los centros asistenciales y montar hospitales de contingencia respiratoria en Asunción, Central y otras ciudades del país.
Si bien el sistema sanitario aún no colapsó, siguen saturados los hospitales de referencia y las derivaciones al sector privado están haciendo de colchón.
Sigue en manos de la población evitar que los hospitales se desborden, cumplir las recomendaciones de no aglomerarse y adoptar las medidas de prevención y protección conocidas.
Se tiene que abrir ese camino de convivir con esto, con el Covid-19, haciendo planes de 3 a 6 meses; incluso de un año, de cómo será este modo seguro de vivir. Dr. Guillermo Sequera, de Vigilancia de la Salud.