18 sept. 2025

Volver a lo humano

Gustavo A. Olmedo B.

Las expresiones de violencia, irracionalidad e intolerancia observadas en las recientes movilizaciones por el Día Internacional de la Mujer, en muchas partes del mundo, incluyendo nuestro país; las relaciones de pareja y de padres e hijos, marcadas por el maltrato, el machismo enfermizo y hasta la muerte, así como la sorpresiva y llamativa reinstalación del debate sobre la legalización y liberación del asesinato de niños en el vientre materno en Argentina, entre otras tantas situaciones muy difundidas en las últimas semanas, exponen con claridad la urgente necesidad de volver a lo humano.

La situación se fue agravando desde la difusión e instalación del relativismo como forma de pensamiento de nuestras acciones y decisiones, borrando la tan necesaria línea divisoria entre el bien y el mal. Hoy todo depende del estado de ánimo, del me gusta o no me gusta, con el sustento y la justificación de la hueca y mágica frase: “si te hace feliz, hacelo”. Es decir, incapaces de juzgar un hecho como bueno o malo. Miedosos de afirmar que la verdad existe, y que el bien y el mal son objetivos, y no dependen de las coyunturas, culturas o circunstancias, si bien estas pueden condicionar, explicar o hasta determinar la acción. Pero ello no cambia la naturaleza ni el signo del hecho.

En pleno siglo XXI, con tantos avances de la ciencia y del conocimiento médico, no corresponde seguir planteando que la igualdad de la mujer pasa por tener el permiso de matar al hijo o hija de forma higiénica, segura y con dinero público, o promover una cultura de enfrentamiento con el ser humano varón, como forma de liberación. Así como son inconcebibles las relaciones afectivas o familiares fundadas en el uso y abuso del otro, como si el semejante fuera un objeto, sin dignidad alguna, por citar ejemplos.

Urge volver a lo humano, que implica necesariamente aprender a usar la razón como capacidad de reconocer todos los factores en juego; aceptar la realidad así como se presenta, incluyendo a la naturaleza y lo obvio de ella, y hasta más allá de los planteamientos que puedan surgir de fantasías y pensamientos individuales.

Se trata también de volver a aprender de la experiencia personal y colectiva; dar paso a la observación de los hechos vividos y la historia acontecida, para sacar provecho de ellas. “No escuchar más la voz del corazón es un signo de la gravedad de nuestro tiempo”, indicaba un pensador contemporáneo; pues este guarda la raíz de lo humano.

Un realismo y una razonabilidad que deben ser partes de las leyes, los debates políticos y programas educativos. Hay que volver a llamar al pan, pan, y al vino, vino; dejando de lado los eufemismos y las ideologías de moda que se imponen desde organismos internacionales y organizaciones multinacionales, y que lucran con la homologación y la degradación humana. Un desafío para las familias, el Estado y la honestidad de las organizaciones civiles.