El Señor no pide imposibles. Y de todos los cristianos espera que vivan en su integridad las virtudes cristianas, también si están en ambientes que parecen alejarse cada vez más de Dios. Él dará las gracias necesarias para ser fieles en esas situaciones difíciles. Es más, esa ejemplaridad que espera de todos será en muchas ocasiones el medio para hacer atrayente la doctrina de Cristo y reevangelizar de nuevo el mundo.
Muchos cristianos, al perder el sentido sobrenatural y, por tanto, la influencia real de la gracia en sus vidas, piensan que el ideal propuesto por Cristo necesita adaptaciones para poder ser vivido por hombres corrientes de este tiempo nuestro. Ceden ante compromisos morales en el trabajo, o en temas de moral matrimonial, o ante el ambiente de permisivismo y de sensualidad, ante un aburguesamiento más o menos generalizado, etcétera.
Con nuestra vida -que puede tener fallos, pero que no se conforma a ellos- debemos enseñar que las virtudes cristianas se pueden vivir en medio de todas las tareas nobles; y que ser compasivos con los defectos y errores ajenos no es rebajar las exigencias del Evangelio.
Para crecer en las virtudes humanas y en las sobrenaturales necesitaremos, junto a la gracia, el esfuerzo personal por desplegar la práctica de estas virtudes en la vida ordinaria, hasta conseguir auténticos hábitos, y no sólo apariencia de virtud.