Luego de que el pasado martes diez personas murieran en diversos actos violentos en todo el país, la toma temporal de un canal de televisión por parte de un grupo armado en Guayaquil, automóviles incendiados y amenazas a universidades, instituciones del Estado y comercios, “estar preparado para enfrentar a las bandas criminales se ha vuelto una prioridad”, asegura a EFE Juan, un joven que se gana la vida como conductor de taxi.
Tatiana, otra guayaquileña, cada día gasta hora y media en llegar a su trabajo como mesera en un restaurante del norte de la capital, vio como la ciudad que tanto quiere se convirtió “en un monstruo”. “Yo sentí mucho miedo. Me desplacé en moto con mi novio y vi cómo robaban a otros motociclistas y cómo saqueaban algunos comercios pequeños. La gente estaba loca”, relata.
Otro ciudadano que se ha visto afectado por los ataques de los grupos violentos es Roberto, quien salió a las cinco de la mañana de ayer desde su casa, en el sur de Guayaquil, en dirección al edifico en plena avenida Francisco de Orellana en el que trabaja como vigilante, hasta las seis de la tarde. “El taxi me cobró diez dólares. Es un abuso. Así no puedo seguir porque sencillamente no me alcanza la plata. Los pobres siempre perdemos”, reclama.
Los números le dan la razón a Roberto. La clase trabajadora de Guayaquil es la más afectada por la violencia que lesiona el bolsillo de quienes como él se ganan el salario mensual básico, que en Ecuador es desde este mes de 460 dólares luego de un alza de diez dólares frente al valor del año pasado, pero que no alcanza para darse “lujos” como el usar un taxi diariamente para ir a trabajar. EFE