Se supone que una capital bien administrada tiene que estar presentable en todo momento. Ello implica limpieza, orden, atención constante a sus diversas necesidades con el propósito de que los ciudadanos encuentren en ella el bienestar que esperan.
El cuidado debería redoblarse en esta época cercana a los 481 años de su fundación y a la proximidad de la asunción del nuevo presidente de la República. Las visitas que llegarán para esa fecha tendrían que haber sido motivo de mayor dedicación a la ciudad para que se lleven una impresión favorable de cuanto puedan observar en su estadía local.
El microcentro de Asunción, sin embargo, a un mes apenas de los acontecimientos que se avecinan, sigue con sus calles sucias, llenas de baches, sin suficientes basureros al alcance de los transeúntes y con pésima iluminación. Los asientos de las plazas están descuidados y la falta de pintura de sus espacios evidencia una larga dejadez.
Del tránsito, ni hablar. Casi todo el tiempo hay congestionamiento de vehículos, rodados estacionados en doble fila y caos para los aparcamientos. Los policías de tránsito antes que ordenar el tráfico hacen la vista gorda o están a la pesca de multas que muchas veces terminan en el consabido final de la coima.
Las veredas son un capítulo aparte de la irresponsabilidad de la Municipalidad, que no exige a los propietarios que las mantengan en buen estado. Irregulares, con baldosas rotas, son una trampa para que tropiecen los que caminan y un peligro constante para las personas con capacidades restringidas.
Lo visible deja al descubierto la incapacidad de la Municipalidad de Asunción para mantener los espacios públicos en condiciones amigables para todos los que utilizan sus espacios. La ciudadanía que paga sus impuestos no merece vivir en una ciudad administrada por quienes se ocupan tan poco en devolver con servicios eficientes lo que se abona para recibir una contrapartida digna y permanente.
Ante esta realidad, es necesario que las autoridades de la Comuna abandonen su modorra e insensibilidad para intervenir al menos en lo esencial e imprescindible para que la convocatoria cívica que se avecina no encuentre a Asunción tan a la deriva y desatendida.
Sería una vergüenza que el 15 de agosto Asunción presentara el lamentable estado de abandono que se observa ahora. Aún hay cierto tiempo para reaccionar ante la coyuntura que está llegando a pasos acelerados. Si en corto tiempo no se revierte esta triste situación, el empeoramiento será cada vez mayor.
De permanecer tal como está, la crítica irá dirigida no solo a sus autoridades, sino también a sus habitantes por no ser capaces de exigirles que cuiden la imagen de la Capital manteniéndola presentable en todo momento.