29 mar. 2024

Una Semana Santa para hacer efectiva la solidaridad cristiana

Como casi nunca antes, vivimos una Semana Santa en aislamiento social, sin viajar al interior, sin poder compartir con nuestros familiares algunas usuales prácticas como el chipa apo o participar de ceremonias religiosas tradicionales como el Vía Crucis o el Tupãitû. Es aconsejable disponer de este tiempo para una profunda reflexión personal, entendiendo que los cambios que el país va a requerir a partir de la realidad evidenciada por esta emergencia dependerán de nuestra activa participación social y política. También es una época privilegiada para hacer efectiva la solidaridad cristiana, ayudando a quienes más necesitan, según nuestra disponibilidad y cuidando siempre la seguridad sanitaria.

Tradicionalmente, la Semana Santa es considerada como un tiempo de pausa laboral para que los creyentes puedan cumplir con su devoción religiosa y la mayoría de los pobladores puedan disfrutar de momentos de descanso, de viajar a lugares turísticos o al interior del país para visitar a familiares, compartiendo ritos folclóricos tradicionales y ceremonias colectivas. También es entendida como un tiempo de reflexión y de meditación personal.

Este año, esta fecha del calendario universal nos llega en una circunstancia única y especial en que los habitantes del mundo nos enfrentamos a la pandemia del Covid-19, y en que la mayoría nos encontramos en cuarentena en nuestros respectivos domicilios para tratar de evitar el contagio, motivados a acatar las drásticas medidas dictadas por las autoridades sanitarias para no salir de nuestras casas más de lo estrictamente necesario y evitar todo contacto con las demás personas.

Esta singular situación creada por la emergencia del coronavirus nos impone a todos los habitantes del Paraguay renunciar a habituales prácticas de la Semana Santa, que forman parte de nuestra identidad cultural como pueblo.

Se han tenido que suspender los eventos masivos tan característicos como la procesión de las luces en la comunidad de Tañarandy, Misiones, o las excursiones a lo alto del cerro de Yaguarón.

Los tatakua encendidos en los hogares campesinos no han podido recibir a los muchos parientes que llegan anualmente desde lejanos lugares ni tampoco se podrán extender las largas mesas pobladas de manjares en el karu guasu de los Jueves Santos.

Las muchas iglesias y los templos de todo el país no recibirán a la multitud de fieles en los característicos Vía Crucis del Viernes Santo, ni en las demás ceremonias religiosas de esta semana. Desde el Papa en el Vaticano hasta los obispos, sacerdotes y pastores, en cada diócesis, parroquia, templo o capilla, tanto de la religión católica como de otras religiones evangélicas, cumplirán los ritos a puertas cerradas, en forma solitaria, con imágenes que llegarán a los fieles a través de la televisión y las redes sociales. Para muchos pueblos y localidades, la masiva ausencia de turistas y visitantes significará también un duro golpe económico.

Es aconsejable disponer de este tiempo más que especial para una profunda reflexión personal, entendiendo que los cambios que el país va a requerir a partir de la realidad evidenciada por esta particular emergencia dependerán de nuestra activa participación social y política.

Construir un Paraguay más justo y solidario requerirá de un mayor compromiso por parte de todos y todas.

Esta Semana Santa también es una época privilegiada para hacer efectiva la solidaridad cristiana, ayudando a quienes más necesitan, principalmente a las muchas familias con personas que se han quedado sin trabajo y sin ingresos.

Hacerles llegar nuestro apoyo, según nuestra disponibilidad y cuidando siempre la seguridad sanitaria, será una buena manera de contribuir desde nuestra fe, nuestras creencias o simplemente nuestros sentimientos humanitarios.

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