Llamé al 911 y unos 10 minutos después, mientras intentábamos calmar a la chica, apareció la patrullera con dos oficiales dentro. Tras el relato de lo ocurrido, uno de los policías explicó a la estudiante que debía ir a formular la denuncia a la comisaría más próxima y que ellos la trasladarían hasta allí.
Enorme fue mi sorpresa cuando la chica se negó a ir con ellos porque no confiaba en la Policía. Terminé acercándola yo a su casa para que algún familiar le acompañe a realizar la denuncia. “Con todo lo que se escucha de ustedes”, le respondió la joven al oficial que ofendido, y sonrojado, terminó con un: “Hacé lo quieras”.
Recordé este hecho tras publicarse el caso de los policías que persiguieron a un automóvil que, metros antes de alcanzar la barrera donde estaban los uniformados, giró y retomó camino, acción que llevó a los agentes a perseguirlo y a disparar varias veces contra el vehículo para “disuadir” al conductor a que se detuviera. Éste, por miedo había huido al ver el control.
Los policías dispararon sin considerar que podían herir a alguien, que violaban sus propias reglas o que podía provocar efectos colaterales. Por ejemplo, hiriendo además a transeúntes en la alocada carrera por alcanzar a quien osó desviar de la barrera que montaron.
Con esta actuación tan poco profesional, estos policías hirieron a un niño de 6 años y estuvieron al filo de provocar más daño aún, con disparos que de refilón pasaron cerca de la madre del chico y de una bebé de meses que también se encontraba en el coche. Los “audaces policías”, se mostraron más preocupados por reducir al conductor que por auxiliar al niño quien lloraba de dolor por las heridas sufridas.
¿Cómo no sentir miedo al pensar en el enorme peligro que representan los policías con esta “preparación” y facilidad para disparar armas sin considerar regla alguna?
El otro día una familia publicó en Facebook la situación que vivieron un joven y su novia, frente a la casa del muchacho, en el barrio Las Mercedes. La pareja estaba conversando en el coche y una vecina llamó a la Policía confundiéndolos con personas sospechosas. La intervención policial fue prepotente, los policías no oyeron las explicaciones y terminaron golpeando y apresando al muchacho, ante el asombro de sus familiares y otros vecinos.
Hace unos días se viralizó un video sobre un policía que estaba fuera de sí, muy agresivo, al que se lo ve golpeando a una chica que grababa la escena en que el oficial retenía e insultaba a un hombre, padre de la mujer. El maltrato que empezó en un control en ruta siguió en la comisaría. No sabemos si asusta más que estos policías desconocen sus propios protocolos de actuación o que los conocen, pero no los ponen en práctica porque se sienten impunes.
El ministro del Interior admite la “falta de pericia y capacidad de reacción, falta de idoneidad e imprudencia” de los policías de la barrera.
¿Entonces por qué están en servicio, por qué le entregaron uniforme y les permiten portar armas? Uno de los oficiales involucrados en el caso del niño baleado cuenta con 10 años de antigüedad.
¿Cómo puede seguir siendo policía si, según el propio ministro, carece de idoneidad y es imprudente?
Estamos frente a serios problemas que ningún Gobierno de la era democrática se ha animado a hacer: Depurar la Policía Nacional y profesionalizar el servicio. Se trata de formar a los policías en base a estándares que incluyen los derechos humanos. Se debería empezar no justificando las aberraciones que cometen y exigiéndoles que deben dar el ejemplo para ganarse la confianza de una ciudadanía que les teme.