29 oct. 2025

Un virus que puede desinfectar la epidemia de la irracionalidad política

Estela Ruiz Díaz @Estelaruizdiaz

El sábado 7, hace una semana, impactó la noticia del primer caso de coronavirus en Paraguay. El Ministerio de Salud anunciaba que un connacional dio positivo al Covid-19, constituyéndose en el primer caso importado. Lo contrajo en Ecuador.

Entonces, la realidad cercana despertó el miedo. Hasta entonces, la población veía por TV la epidemia que nació en China y empezó a contagiar al mundo con una escalada alarmante, convirtiendo a Europa en el epicentro de la infección.

Según el conteo hasta ayer, en el país hay 7 casos confirmados y 125 sospechosos, una cifra que fluctúa a medida que se realizan los análisis laboratoriales que confirman o descartan la infección.

Las epidemias forman parte de la vida. En el país, el dengue sigue causando estragos sin que se logre aún un trabajo coordinado y conciencia política y social para frenarlo, y eso que el primer brote epidémico data de 1998. Hace 22 años.

LAS MEDIDAS. Como nunca antes, las decisiones afectaron directamente la rutina de la población, que lentamente se va adaptando a las medidas de salubridad, a partir de la aplicación de la política de aislamiento social que dictó el Gobierno que modifica costumbres y culturas y que trazan un punto de inflexión en el cambio de hábitos y hasta en la demostración de afectos. Desde el viejo consejo de higiene como el lavado permanente de las manos, hasta mantener distancia mínima de seguridad de al menos 1 metro de otras personas. En un país donde la demostración de las emociones es tan natural, donde el mate y el tereré se comparten de boca en boca, ahora recomiendan no hacerlo. Ni compartir bombillas ni saludarse con contacto físico para evitar contagios, imponen nuevos comportamientos sociales. Incluso las recomendaciones médicas son diferentes. Con el dengue, insistían en la necesidad de acudir lo más pronto posible al centro de salud más cercano, pero con el coronavirus la orden es quedarse en la casa y recibir instrucciones telefónicas, a no ser que el cuadro sea grave.

QUEDARSE EN LA CASA. Una de las recomendaciones más importantes y polémicas es el aislamiento social, que significa quedarse en la casa, evitar las reuniones masivas. Una medida, hay que decirlo, que ni siquiera puede eliminar la enfermedad sino se adopta para reducir la propagación del virus y de esta manera evitar el colapso del sistema sanitario. Si hay caos, hay violencia. Si ya llegaron a los golpes en el transporte público porque subió un pasajero demás, imagínense lo que sería la disputa por una cama de terapia intensiva.

El sistema de salud pública tiene problemas endémicos por la falta de inversión en décadas por la irresponsabilidad criminal de los administradores de turno. Entre el sistema público y privado, hay solamente 732 camas de terapia intensiva en el país. Un número real pero ficticio a la vez ya que más de la mitad está ocupado por otras dolencias.

MITIGACIÓN ECONÓMICA. Pero no solo se tomaron medidas drásticas para evitar la propagación infecciosa. El Gobierno dio a conocer el viernes una batería de anuncios para paliar el impacto económico. Una decisión difícil luego de un año recesivo que esperaba recuperarse este 2020. Así como el clima destruye vaticinios, esta vez un virus está colapsando el planeta. Mario Abdo determinó desde una inyección fuerte en Salud hasta exoneración de multas y otras resoluciones buscando paliar los efectos en la economía local. Pero no hay respuestas al sector informal mayoritario en el país.

OTRA VISIÓN. Con el Covid-19 hubo un cambio paradigmático desde el Gobierno. Paraguay se adelantó a otros países en cuanto a medidas de contención drásticas el pasado 10, dando un paso delante de países europeos y de la región. Incluso adelantándose a la misma OMS (Organización Mundial de la Salud) que declaró pandemia al día siguiente, es decir el 11. Luego fueron las medidas económicas. Como pocas veces, hay consenso político y social, clave para superar una situación de crisis. Se ha demostrado que en escenarios apocalípticos el mejor antídoto es la comunicación efectiva, transparente, sin falsedades y una población temerosa y respetuosa de las recomendaciones. Hay muchos irresponsables, pero el control social está generando conciencia. No es fácil, es un proceso largo.

Nunca antes Mario Abdo tuvo tanto respaldo. Quizá porque esta vez escuchó y respetó el dictamen del ministro de Salud, Julio Mazzoleni, quien alertó la catástrofe y sus consecuencias si no se actuaba rápido y drásticamente, a pesar de ecuaciones políticas y económicas. En un país donde no existe la palabra prevención y coordinación, se demuestra que es posible lograrlo si desde el poder se habla un solo idioma, la oposición acompaña, con críticas pero sin poner obstáculos, y una población que se adapta a las nuevas reglas.

Vencer la epidemia es tarea de todos. No hay escapatoria. No hay adonde huir aunque se tenga la valija llena de billetes. El mundo está cerrando sus fronteras.

No hay un lugar a salvo ni Arcas de Noé.

Superada la crisis, cuyas consecuencias aún se desconocen, también hay que eliminar el virus más letal que viene matando lenta y sistemáticamente a la población: La irresponsabilidad de mantener un sistema público débil, corrupto, ineficiente.

Mientras los científicos buscan afanosamente desentrañar los misterios del nuevo virus y encuentren la vacuna, no existe otra alternativa que fortalecer el sistema público cuidando a los funcionarios de blanco y acatar las recomendaciones.

Porque como dice el escritor José Saramago, en tiempos de ceguera tenemos “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron”.