Las banderas de los edificios oficiales, en media asta desde que la reina falleció el 8 de setiembre con 96 años en su residencia escocesa de Balmoral, volvían a ondear en alto.
Durante casi dos semanas, Londres y la capital escocesa, Edimburgo, fueron escenario de pomposas ceremonias: de la proclamación del nuevo rey Carlos III a la solemne procesión fúnebre que llevó a la monarca hasta su última morada en Windsor, donde fue enterrada junto a sus padres y su esposo.
Sus tradicionales rituales y sus coloridos uniformes medievales transportaron al país, y al mundo que observó enganchado a la televisión, a un tiempo casi irreal.
Pero aunque la familia real británica permanecerá de luto aún siete días más, el duelo nacional decretado por el gobierno terminó el martes.
Tras el fin del luto nacional, el Ejecutivo retoma también su actividad.
La primera ministra Liz Truss, nombrada por Isabel II solo dos días antes de su muerte, viajó a Nueva York el lunes por la noche para participar en la Asamblea General de la ONU, donde reafirmará el inquebrantable apoyo británico a la Ucrania invadida por Rusia.
La nueva líder conservadora, que sucede al controvertido Boris Johnson, deberá asimismo buscar soluciones a la acuciante crisis que vive el Reino Unido por el coste de la vida. Su ministro de Finanzas, Kwasi Kwarteng, presentará este viernes un plan económico contra las consecuencias de una inflación de 9,9% impulsada por los precios de la energía.
La sentida emoción popular por la desaparición de una monarca que tras 70 años en el trono parecía casi eterna, dejaron en suspenso unos días un descontento social que ahora vuelve.
Una huelga de conductores de tren, aplazada tras la muerte de Isabel II, se reanudará la próxima semana, amenazando con sumir al país en el caos del 1 al 5 de octubre.
Además, muchos se interrogan sobre el coste del grandioso funeral de Estado que reunió en Londres a cientos de líderes mundiales, desde el presidente estadounidense Joe Biden al emperador Naruhito de Japón, y otros homenajes.
Con la llegada al trono de Carlos III, de 73 años, menos popular que su madre pero determinado a modernizar la monarquía, se prevén cambios en la institución y sus finanzas.
Hace meses había anunciado su intención de limitar a sí mismo, su cónyuge y los príncipes de Gales -Guillermo y Catalina junto a sus tres hijos pequeños- una familia real actualmente muy extensa, que multiplica el gasto y los escándalos.