A la amenaza creciente del coronavirus se suma la incompetencia de gestión de un gobierno diseñado para pagar favores políticos. Esta debilidad lo hace prisionero de su realidad primero y de sus adversarios colorados de antes. Estos ya se han envalentonado sobre las confusiones y debilidad del gobierno que sugieren renuncia masiva de sus ministros o dan lecciones de gobernanza administrativa a su compañero de rutas de mucho tiempo: el ministro de Hacienda. Este, no tuvo más que reconocer que en realidad la economía es llevada adelante por el mismo equipo de Cartes, cuyos resultados son conocidos.
Ante la confusión de lo que puede venirse, el encuentro con el ex presidente perseguido por la Justicia brasileña es asumir la política real para ambos. El control del aparato de Justicia paraguayo es completo por parte de Cartes, quien conoce el precio del aparato y que da la impresión de cuasigobernar además en lo político desde el Congreso. Sus legisladores insisten en violar la Constitución haciéndolo jurar como senador para evitar que la entonación de la delación premiada de Messer acabe en un molestoso pedido de extradición.
Podrían salvarse de momento ambos, pero el nivel de crispación social en las calles subirá de punto y se transformará en estallido social. Ya hemos tenido algunas muestras de eso y la pérdida de legitimidad del Gobierno solo incrementará la presión y la fuerza de la explosión. La Justicia no quiere castigar la corrupción de los políticos que nombra a sus jueces y fiscales a quienes tiene de hijos y de empleaditos.
Cuando los muertos sumen, los hospitales colapsen, la economía se hunda, se sigan exhibiendo las impúdicas riquezas de nuestros administradores y la capacidad de gestión esté dominada por la corrupción, no habrá salida y el país entrará en una espiral de violencia incontrolable para todos. Hay pocas esperanzas de que el presidente despierte y se sacuda. Las oraciones de sus ministros-pastores no alcanzan y las jaculatorias públicas en vez de tranquilizar perturban y agitan. Walter Bower, aquel ministro del Interior de infausta memoria, había dicho como respuesta a la creciente delincuencia callejera que lo único que quedaba era: rezar. El presidente está montado en una barca llena de piratas cuyo único objetivo es robar lo que se pueda, saltar por la borda y dejarlo solo como un perfecto estúpido con la gorra de capitán. Debe sacudirse antes que acaben con él al fondo de las procelosas aguas de nuestra democracia pererí (frágil).