Mirando los números de la democracia en comparación con los de la dictadura podemos decir en lenguaje tenístico que ella –la primera– le hace 6-0 en todos los campos. En menos de 30 años se asfaltaron más kilómetros de rutas y se empedraron más calles y caminos. Se construyeron más puentes, la ciudad creció en inversión urbanística. La dictadura recibió tres créditos millonarios para realizar el alcantarillado sanitario y dos para extender el sistema de agua corriente para todo el país. Nada de eso tenemos... hasta ahora. Seguimos tirando las aguas negras al río y cada vez que llueve la capital es una trampa mortal. Tenemos muchos intendentes parecidos a Kunzle, aquel que sobrefacturó el viaducto de General Santos, que no tiene nada que envidiar a Jiménez Gaona y a su último Metrobús. Claro, después Asunción tuvo un intendente de primera, Pereira Ruiz Díaz, cuyos planes eran absolutamente superiores a todos los intendentes juntos que tenemos. En aquellos tiempos eran nombrados a dedo por el tirano; desde 1991 por el pueblo.
Las gobernaciones no son mejores que las delegaciones de gobierno, solo que no torturan ni persiguen y sus administradores se dan por satisfechos con que los nombren de manera pomposa. Es un esquema caro y sin valor real para la gente. Los delegados solo servían para espiar, perseguir y abusar del poder que les daba el dictador. Estamos mejor.
Las libertades de reunión, de expresión, de prensa, de manifestación existen no como antes, que todo eso estaba proscripto y quienes osaban violarlas eran severamente castigados. Nos va bien en ese campo, la gente habla y expresa su punto de vista y en algunos casos consigue asustar de manera suficiente a los corruptos, que de vergüenza la Justicia los mete presos por unos meses. Los sinvergüenzas tienen miedo a los escraches por primera vez en mucho tiempo.
La Justicia es la pata coja. Ahí estamos casi igual que en los tiempos de la dictadura. Los magistrados temen a los políticos y la representación paritaria en el Consejo de la Magistratura y el Jurado resultó en una merienda de negros que se comieron todo lo que de justicia quedaba. Jueces y fiscales temen ser libres y consideran un mejor negocio alinearse al poder político a donde irán luego electos por el pueblo o designados por el presidente de turno.
El Congreso refleja al pueblo paraguayo; este siempre tiene el gobierno que se le parece y eso es fácilmente distinguible en el mal llamado Parlamento. Abundan los sinvergüenzas, cínicos y bandidos. Los buenos son una inmensa minoría todavía porque cada vez cuesta más caro ser senador o diputado. En la dictadura tenían mejor nivel, pero eran tan abyectos como los que tenemos, solo que algunos hablaban mejor y argumentaban la tiranía de manera pomposa. Hoy la democracia los desnuda de cuerpo entero que prefieren tragarse la lengua.
El producto interno bruto (PIB) creció cinco veces más que cuando Stroessner dejó el cargo a cañonazos aquel 2 y 3 de febrero de 1989. El sistema tributario sigue tan injusto como antes y la pobreza crece al ritmo del descenso de la calidad educativa. Aquí estamos fracasando escandalosamente. Antes con pocos alumnos y maestros mal pagados pero con mística, los graduados eran mejores. En esto venimos perdiendo la partida.
En general, podemos decir que la democracia en menos años que los que tuvimos de dictadura ha hecho una gran tarea. Sin planos, sin genética, sin tradición... con cascotes y escombros hemos levantado un edificio que nos debe hacer sentir orgullosos. Queda mucho por hacer, pero hoy sabemos quiénes son los que nos impiden. Son muchos, pero los conocemos, y ellos nos temen y no es poca cosa todo eso.