11 may. 2025

Sobre héroes y tumbas

Sergio Cáceres Mercado caceres.sergio@gmail.com

A fines de 1902, el diario liberal El Cívico publicó un comunicado firmado por figuras de todos los ámbitos. Era una respuesta a otros comunicados publicados por el diario Patria (colorado) y a una movilización en la Plaza Uruguaya convocada para repudiar a Cecilio Báez y otros negadores “del heroísmo del soldado de nuestra raza”.

Todo esto se inició meses antes en el debate sobre la historia paraguaya, el despotismo de los López, el cretinismo de los paraguayos, etcétera, que sostuvieron desde ambos periódicos Báez y Juan E. O’Leary. Aquella respuesta de El Cívico decía lo siguiente:

1- Condenamos en absoluto el sistema de la tiranía, en doctrina y en los hechos, independientemente de toda consideración personal o partidista.

2- Condenamos especialmente los actos de tiranía de Solano López, que no identificamos en modo alguno con la Causa de la Patria.

3- Hacemos pública estas declaraciones para impedir, como hijos de esta tierra cien veces mártir, que a pretexto de ensalzar sus glorias, se eduque al pueblo en el culto de sus verdugos, acostumbrándolo a la adoración de falsos ídolos, cuando por lo contrario se le deba educar en la verdad y en el culto a la patria y sus instituciones.

De los 255 firmantes, varios de ellos intelectuales de fuste, queremos destacar a uno: Eligio Ayala. Ironías del destino o de la historia, ¿quién sabe? Lo cierto es que desde hoy sus restos mortales descansan al lado del Mariscal López.

Mucha tinta se puede gastar solo para dilucidar si Ayala es un héroe o no. Ya nos aclaró bastante bien el historiador Hérib Caballero, en el Correo Semanal del sábado pasado, por qué se lo considera a Solano López tal: él entregó la vida por la patria, por lo tanto cumple un requisito fundamental para su entrada al panteón; Ayala sin embargo murió a balazos en un lío de polleras, así que esta parte no cuenta. Lo que cuenta es su entrega por recuperar al Paraguay, que no podía levantar cabeza desde la hecatombe de la Guerra Grande -donde López tuvo mucho que ver, según sus detractores- y las posteriores desprolijidades de sus propios correligionarios, por medio de un accionar político honesto. Ayala fue un estadista, quizá uno de los poquísimos que merecen este apelativo en toda la historia política de nuestro país.

Pero hagamos un ejercicio de imaginación y veamos qué podemos sacar en común del Mariscal y el Dr. Ayala. Sí, exacto, usted pensó lo mismo que yo: ambos amaban a su país, a su manera cada uno, por supuesto a López parece que se le fue la mano y ahogó a su amada con un abrazo y beso mortal, como lo hizo con la Garmendia. Pero convengamos en este ejercicio que amaba a su patria, tanto como a sí mismo. Lo mismo es indiscutible en el autor de Migraciones.

Entonces, me pregunto, ¿habrá algún conjuro para que tanto amor a la patria, el de Ayala y López, aprovechando que ahora descansan juntos, sea redireccionado hacia nuestros gobernantes empotrados en los tres poderes del Estado? Por qué si hacemos la sumatoria del mismo valor (amor a la patria) en todos los que llevan las riendas del Paraguay ahora, el resultado es lamentable.