Valió la pena, querido Pa’i.
Francisco de Paula Oliva, desde lo alto de su imponente y prolongado recorrido vital, echa la vista atrás y reflexiona sobre lo que le ha tocado vivir. Este relato en primera persona tiene la impronta de quien se ha tomado la vida de un sorbo, sin desaprovechar ninguno de sus recodos para reafirmar las convicciones religiosas y sociales que marcaron su rumbo.
Oliva lo hace con la sencillez que lo ha caracterizado siempre. Comparte con los lectores sus experiencias y dudas juveniles, sus recuerdos familiares en España y la decisión de seguir la vocación sacerdotal. Imposible no preguntarse, al enterarnos del abrupto cambio en sus planes de ser misionero en el Japón, ¿qué hubiera pasado si esas casualidades del destino no lo hubieran desviado hacia el desconocido Paraguay?
JOVEN RELIGIOSO
En cualquier caso, sea por intervención divina o por los avatares del azar, el joven religioso llegó a nuestro país con el bagaje de la sólida formación de los padres jesuitas y un volcán de energía que estaba a punto de explotar.
Paraguay, 1964. Mal lugar y peor momento para emprendimientos que pusieran en cuestión los fundamentos de la inmovilista y prepotente dictadura del general Alfredo Stroessner, adalid del anticomunismo en la época del esplendor de la Guerra Fría. Comunista era cualquiera que se saliera de la rígida horma marcada por el régimen. Oliva, el pa’i Oliva, no era para nada alguien que se amoldara a esa visión de la vida.
Lejos de resignarse a los encorsetados códigos de una sociedad conservadora y temerosa, Oliva se lanzó a una interlocución con los alumnos y ex alumnos del Colegio Cristo Rey. Y, de a poco, tal como les había ocurrido a Rafael Barrett –a comienzos de ese siglo –y al también jesuita Bartomeu Melià –una década antes– empezó a vincularse de un modo muy profundo con el Paraguay.
Españoles de nacimiento, pero con la paraguayidad ganada a pulso, a fuerza de entrega y amor por el suelo al que habían arribado con más dudas que certezas, los tres nos enseñaron cómo se honra la vida.
Tanto compromiso social era incompatible con una dictadura que lo controlaba todo. Inició Oliva un exilio de muchos años. Su historia se nutrió de ricas experiencias en Argentina, Ecuador, Nicaragua y Huelva, en su natal España.
Esta parte de su vida está cuidadosamente contada en este libro. Distintos países, distintas realidades, pero la misma coherencia y entrega de un sacerdote que supo hacerse querer en cada uno de esos lugares.
Habían pasado muchos años. En Paraguay, el dictador había sido derrocado y el país comenzaba un trabajoso intento de vivir bajo normas democráticas.
LA DEMOCRACIA
A mediados de 1996 Oliva regresa al terruño que consideraba suyo, esta vez para quedarse definitivamente. En verdad, había realizado una visita el año anterior y había quedado impactado por el interés y las repercusiones de su paso por Asunción. Constata que era considerado una figura clave en la historia de un país que estaba inaugurando la democracia.
Había sido uno de los primeros curas jesuitas expulsados y era ahora el último en regresar. Pero no pensaba perder tiempo en recuerdos y homenajes. Tenía mucho por hacer. Lo que pocos esperaban es que lo hiciera en el territorio más marginal de Asunción.
Los pobladores del Bañado Sur se acostumbraron a verlo caminar sus calles de barro y miseria, aferrado tozudamente a sus convicciones, apoyando a la escuelita barrial, buscando becas de estudio para niños trabajadores, premiando a los que lograron destacarse, convocando al Parlamento Joven.
Recobró la misma energía convocante que en los pacatos años sesenta volvió famosa “la misa de las 8 del Cristo Rey”, con ritmos modernos y cantos que hablaban de lucha y libertad, para escándalo de la jerarquía católica que resignaba sus críticas ante la evidencia de que la iglesia se llenaba de gente joven.
Había vuelto el mismo generador de iniciativas que, en 1964, había creado la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica y que impregnara a los estudiantes de un fuerte y comprometido sentido social. Este español terco e infatigable, demostraba en cada frase, en cada acto, su amor por esta patria, materializado en su involucramiento en las causas más nobles.
De frente a la trayectoria del pa’i Oliva, imposible no plantearse la misma pregunta que nos hacemos con Barrett y Melià: ¿qué fue lo que lo enamoró del Paraguay? Había recorrido tres países de América Latina y se había sentido acogido en todos ellos. Pero, su patria –su segunda patria, decía, para que nadie se moleste– era este paisito casi olvidado en el mapa y detenido en el tiempo.
La transición democrática había comenzado hacía siete años y su rumbo era incierto. 26 años después de su partida Oliva encontraba un Paraguay con libertades públicas, pero con los mismos dramas sociales de entonces. De esta etapa de su vida son algunas de las acciones más valoradas de un sacerdote que quería hacer más justo el mundo y apoyar el crecimiento de los jóvenes y los desfavorecidos.
MARZO PARAGUAYO
Pero las tinieblas del pasado autoritario se harían presentes abruptamente con el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña y los acontecimientos que serían conocidos como el Marzo Paraguayo.
En aquellas plazas del Congreso Nacional, en donde dejaron sus vidas varios jóvenes defendiendo la democracia, la figura respetada de Oliva se convertiría en un símbolo de dignidad y resistencia.
Acostumbrado a que otros hablen de esos acontecimientos, así como de sus iniciativas con los jóvenes del Bañado, en este libro es Oliva el que nos habla de sí mismo. Recuerda su vida y sus experiencias con la misma humildad que ha sido su sello personal. Alguna vez el cantante y compositor uruguayo Daniel Viglietti lo entrevistó en un programa radial.
Oliva le hizo una confesión que lo define muy bien. Dijo que “Para mí el gran motor –y le voy a decir el gran secreto de mi vida, partiendo de que soy un hombre de fe y busco la gloria de Dios– es que los hombres vivan dignamente. Su gloria no está en las velas ni en los rezos”.
Vaya si lo logró. En mayo de 2000, Augusto Roa Bastos había escrito que “El nombre del pa’i Oliva ya es un símbolo, detrás del cual están la juventud y la ciudadanía que lucha por la democracia”.
Estas memorias del pa’i son los recuerdos de un hombre cansado por los años que carga, pero satisfecho con lo hecho, seguro de que valió la pena, todavía explotando de ganas de hacer más.
Gracias, Francisco de Paula Oliva.
Si hoy amanece y yo no amanezco…
Memorias del Pa’i Oliva Servilibro 2022
Alfredo Boccia Paz
Escritor