Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo... al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos...
Nada tiene el hombre tan divino –tan de Cristo– como la mansedumbre y la paciencia para hacer el bien. “Busquemos aquellas virtudes –nos aconseja San Juan Crisóstomo– que junto con nuestra salvación, aprovechan principalmente al prójimo... En lo terreno, nadie vive para sí mismo; el artesano, el soldado, el labrador, el comerciante, todos sin excepción contribuyen al bien común y al provecho del prójimo. Con mayor razón en lo espiritual, porque este es el vivir verdadero. El que solo vive para sí y desprecia a los demás es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje”(…)
El papa Francisco en una alocución del Ángelus en la Plaza de San Pedro dijo: “En el evangelio de este domingo (Mateo 5:38-48) –una de esas páginas que mejor expresan la “revolución” cristiana– Jesús muestra el camino de la verdadera justicia mediante la ley del amor que supera la de la venganza, es decir “ojo por ojo y diente por diente”. Esta antigua regla imponía infligir a los trasgresores penas equivalentes a los daños causados: La muerte a quien había matado, la amputación a quien había herido a alguien, y así. Jesús no pide a sus discípulos sufrir el mal, es más, pide reaccionar, pero no con otro mal, sino con el bien.
Solo así se rompe la cadena del mal: un mal lleva a otro mal, otro lleva a otro mal (...) Se rompe esta cadena de mal, y cambian realmente las cosas. De hecho el mal es un “vacío”, un vacío de bien, y un vacío no se puede llenar con otro vacío, sino solo con un “lleno”, es decir con el bien. La represalia no lleva nunca a la resolución de conflictos. “Tú me lo has hecho, yo te lo haré”: Esto nunca resuelve un conflicto, y tampoco es cristiano.
Para Jesús, el rechazo de la violencia puede conllevar también la renuncia a un derecho legítimo; y da algunos ejemplos: Poner la otra mejilla, ceder el propio vestido y el propio dinero, aceptar otros sacrificios (cf vv. 39-42). Pero esta renuncia no quiere decir que las exigencias de la justicia sean ignoradas o contradichas; no, al contrario, el amor cristiano, que se manifiesta de forma especial en la misericordia, representa una realización superior de la justicia. Eso que Jesús nos quiere enseñar es la distinción que tenemos que hacer entre la justicia y la venganza.
La venganza nunca es justa. Se nos consiente pedir justicia; es nuestro deber practicar la justicia. Sin embargo, se nos prohíbe vengarnos o fomentar de alguna manera la venganza, en cuanto expresión del odio y de la violencia. Jesús no quiere proponer una nueva ley civil, sino más bien el mandamiento del amor al prójimo, que implica también el amor por los enemigos: “Amad a vuestro enemigos y rogad por los que os persiguen” (v. 44).