18 abr. 2024

República, republiquita, republiqueta

Esta historia comenzó cuando aparentemente un comerciante uruguayo, a raíz de un problema que tuvo con un intendente de por allá, dijo que el sujeto en cuestión hacía lo que quería, “como si estuviéramos en Paraguay, en una republiqueta”. Le faltó agregar bananera, pero se entiende.

Sospecho que lo de “como si estuviéramos en Paraguay”, no tiene que ver con nuestro presunto y proclamado carácter hospitalario; ni con algún tipo de nostalgia de nuestras comidas tradicionales, de nuestro agradable clima, el tereré o el idioma guaraní. Es poco probable que piensen en el fútbol paraguayo, en nuestras playas o en lo moderno de nuestro sistema de movilidad urbana.

Si nos llaman republiqueta salta el coro de indignados; pero nada dicen con cada caso en que la institucionalidad el país queda como una caricatura.

En qué lugar del mundo, sino en una republiqueta de poco más de siete millones de habitantes, una empresaria con órdenes de captura a nivel nacional e internacional escaparía de la justicia tan exitosamente.

A Dalia López la vieron por última vez en un evento público el 4 de marzo de 2020, aquella vez que fue al aeropuerto a recibirlo y mostrarse con Ronaldinho, a quien le consiguió una cédula paraguaya mau, y como era falsa, el ex jugador del Barça estuvo preso por meses en la Agrupación Especializada.

Dalia, sin embargo, quien habría tramitado el documento falso, nunca pisó la cárcel y sigue prófuga después de tres años. La impunidad de Dalia López es asombrosa. Por algo dicen que el asesinado fiscal Marcelo Pecci había dicho alguna vez que el poder de Dalia López es tan grande que la Policía no la puede encontrar.

Otro caso que nos catapulta como republiqueta es el del ministro de la Corte Suprema de Justicia con permiso Antonio Fretes.

Se salvó de un juicio político, pero igual pidió permiso de la presidencia de la Corte por tiempo indefinido. Fretes se hizo popular cuando estalló el caso de una supuesta coima que involucraba a su hijo, Amílcar, alrededor del caso de Kassem Mohamad Hijazi, cuando se supo que Amílcar cobró USD 368.000 para trabar su extradición a los Estados Unidos.

Incluso, en la homilía del 8 de diciembre, el obispo de Caacupé Ricardo Valenzuela afirmó que el presidente de la Corte Suprema de Justicia con permiso, Antonio Fretes, debía dar un paso al costado por el bien de la Justicia. Y hasta la Feprinco salió a decir que era inaceptable, que transcurridas décadas de vigencia democrática, el Poder Judicial no sea capaz de garantizar la seguridad jurídica.

No es lindo que digan esas cosas de nosotros porque meten el dedo en la llaga, como cuando José Pepe Mujica, cuando era presidente de Uruguay dijo que el Partido Colorado se encuentra estrechamente ligado al narcotráfico y acuñó la etiqueta “narcocoloradismo”. ¡¡Escándalo!!, después de todo, el negocio paralelo del ex diputado colorado Ozorio es una coincidencia.

O lo que dijo la diputada González, sobre el hecho de que el 80% de los que están sentados en el Parlamento responden al crimen organizado, lo mismo que el 80% de la Policial, la Fiscalía y del Poder Judicial responde al crimen organizado. Ya lo había escrito el catalán recientemente alejado de los escenarios, Joan Manuel Serrat, aquello de que nunca es triste la verdad, que lo que no tiene es remedio. Lo que le pasa a este país tiene remedio, pero es más fácil decirlo que hacerlo.

Incluso, hay quienes sueñan con ser un poco más como ese otro país tan guay, pero no lo creo posible, no en el presente siglo; y tampoco viendo a nuestra clase política, y cómo votamos, y nuestro nivel educativo y la falta de conciencia cívica, así como la intolerancia y el odio que destilan algunos.

Republiquita, republiqueta, lo cierto es que somos un país muy poco serio.

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