Impávido, compartí la tarea con el equipo multidisciplinario de trabajo que integro. Hallamos diez puntos de pericia a considerar para la toma de un adecuado curso de acción. Concluimos que “no existe suficiente información para sostener una decisión política que autorice la habilitación del coronamiento de la presa y la zona de obras para el tránsito fronterizo. Habría que practicar más estudios especializados”.
Aprobado nuestro criterio por los compatriotas que en ese momento administraban la EBY, aquel mismo funcionario se encargó de exponer la posición paraguaya ante sus pares argentinos. Fue en diciembre de ese mismo año en la ciudad de Ayolas.
Al decir de uno de los participantes “la solidez de la exposición y una carga argumentaria convincente, dejaron tácitamente por reconocida a esa misma posición, como la aceptada por las Altas Partes Contratantes”. Meses después, sin embargo, una decisión política conjunta entre ambos países cambiaría aquella primera decisión, permitiendo la habilitación de dicho paso para fines de turismo e intercambio de bienes y servicios.
En el acto oficial de apertura, una autoridad argentina de entonces expresó: “Se escribieron libros para evitar que se autorice el paso”. Confieso que en ese momento dichas palabras llamaron mi atención, pues quien lo dijo es un hombre de ciencia. Como atenuante consideré que su discurso fue expresado en un contexto político. No obstante, tomé el guante para este momento. Como la vida me enseñó a no dar muchas explicaciones sobre cuestiones apoyadas en la ciencia, solo atiné a exponer en ese entonces nuestra posición académica. Ahora, por primera vez lo hago de manera pública.
Sostuvimos que se necesitaban practicar estudios de seguridad conforme a estándares internacionalmente aceptados para autorizar el tráfico vehicular sobre este tipo de enclave. Pasado el tiempo, aquella misma autoridad que denostó de alguna forma nuestro trabajo, dijo hace poco que el Covid solo era “una gripe muy fuerte”. Días después se desdijo reconociendo su error –lo cual lo enaltece– admitiendo lo trágico que representa esta pandemia para la humanidad.
Traigo a colación esta anécdota para significar que, en materias de seguridad humana, siempre se debe aplicar aquel aforismo médico que dice: “Mejor prevenir que curar”. El bien jurídico más relevante a ser protegido es prioritariamente la vida humana, su entorno y medioambiente, siempre será la prevención la mejor arma para ello.
Como la ley y la ética no me permiten compartir por razones de confidencialidad el contenido ni las conclusiones de aquella consultoría que obra en poder de las autoridades, sí nos congratulamos por haberse advertido en ese entonces sobre los riegos que se corren cuando las decisiones económicas o políticas prevalecen y ponen en peligro los activos críticos a ser protegidos. Estoy seguro de que, con dicho opúsculo quizás, hemos preservado y protegido la vida de muchas personas.
Nunca se debe priorizar al lucro por encima de la vida.