09 dic. 2024

Recuperar la dimensión humana

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Benjamín Fernández Bogado

Los tiempos que vivimos están dominados por el deseo natural del ser humano de controlar el tiempo y el espacio. Las nuevas tecnologías son las nuevas protagonistas en esta aldea global que pronosticó Mc Luhan a comienzos de los años sesenta del siglo XX. Esta con todos los temores y angustias de la Guerra Fría parecía más bien un relato de ciencia ficción que internet ha hecho realidad.

El mundo se ha vuelto más pequeño y las personas más aisladas en su individualismo que hay que volver a reinventar la socialización que es la única experiencia humana inédita y distintiva de otros seres vivos. Fascinados por la tecnología hemos perdido la cercanía y la projimidad. Hay que recuperarlas por el bien social y por la propia dimensión humana de estos tiempos.

Nuestra vida en muchos casos reducida a algoritmos capaces de reconocer nuestros gustos y tendencias ha servido para colocar productos comerciales y algunos políticos con mayor éxito. Nos hemos vuelto espías de nosotros mismos como lo define muy bien Byung-Chul Han, el filósofo coreano con residencia en Alemania. Estamos alimentando a un monstruo que con la inteligencia artificial que no es otra cosa que la acumulación de datos e información, pero que no siente, no se proyecta en el otro sino que fortalece la experiencia individual que no requiere de nadie para saber, para conocer y para proyectarse. Es un error.

Como nunca el fracaso de la globalización comercial nos debe llevar a reinventar un mundo con valores asociados donde nos reconozcamos en otras personas. Logremos lo que Hannah Arendt decía: La alteridad. Ponernos en la dimensión del otro para ser el otro. La nueva globalización no puede reducirse al comercio de productos, debe ser la conquista humana en su dimensión de proyección asociada en el otro.

La Revolución Francesa trajo consigo las consignas la liberté, la egalité y la fraternité. Hemos avanzado en los dos primeros desde 1789, pero estamos muy lejos de vivir la fraternidad como un hecho cultural donde cada grupo reconozca en el otro sus valores que le permitan proyectarse en los demás. Los latinoamericanos nos reconocemos con profundas raíces árabes. La presencia de los musulmanes 800 años en territorio español no es un dato cualquiera. La conquista de América se inicia en 1492, el mismo año en que los árabes son desalojados del territorio ibérico. Tenemos menos años de mestizaje cultural que los años de presencia árabe en España. Sin embargo el conflicto con los radicales islamistas se impone como una antítesis que empobrece cuando debería ser completamente lo opuesto.

Debemos empezar una nueva civilización desde la cultura. Pero no desde la exclusión, sino desde la integración. El comercio no ha sido suficiente para ese propósito a pesar de que el mismo puede permitir conocernos y reconocernos. Los intercambios de personas en centros universitarios, la investigación centrada en los valores compartidos tiene que ser una tarea de la universidad moderna. No debe ser ella una Torre de Marfil que mire con arrogancia a un gran grupo de personas imposibilitadas de ser parte del “banquete del conocimiento” que habita en sus claustros. Hoy tenemos un presidente electo en los EEUU que mira con desprecio a sus grandes universidades porque cree que desde ellas han instalado una cultura woke que es tomada como un recurso electoral antes que como un elemento que permite ver en su centralidad los valores compartidos dentro de una sociedad abierta y tolerante.

COMPRENDER LA DIVERSIDAD

Hoy en el mundo viven más de 1.200 millones de seres humanos que no habitan en los países donde nacieron. La inmigración es un fenómeno social, político, económico y cultural. Se hace cohesión votante sobre la base del desprecio hacia el que viene de afuera y se convierte en un recurso electoral sobre el cual se ganan las elecciones como en Hungría, Polonia o los EEUU acaso el país que mejor define el valor de la emigración como recurso nacional. El “melting pot” es hoy una olla hirviente de fanatismo, de polarización y de triunfo electoral. Trump afirma que deportará a millones de su territorio. ¿Cuántos recursos habrá perdido ese país de inmigrantes con esa acción? ¿Qué hubiera pasado si Alemania hubiera hecho lo mismo con la pareja de turcos que desarrolló la vacuna contra el Covid sobre la plataforma ARN?

Ver el mundo desde una dimensión humana nos debe llevar a reconocer la multiplicidad de culturas que habitan en cada uno de nosotros. Yo hablo una lengua indígena, el guaraní, en un país que es completamente bilingüe. Mis rasgos físicos no se asemejan a los antiguos dueños de estas tierras, pero la lengua vive en mí como ese hermoso poema de Pedro Encina Ramos llamado “Ha avañe’e” (Oh mi lengua) donde asemeja la suerte de la lengua con el destino del Paraguay.

Somos todos unos. Somos todos descendientes de los primeros caminantes negros que salieron del Lago Victoria en el África para desandar los caminos civilizatorios de todos los continentes. Somos negros, indígenas, orientales u occidentales. Somos humanos y eso nos hace global y parte de todo. Cuando los españoles llegaron a estas tierras en 1492 creyeron que lo hicieron a las Indias Occidentales y llamaron indios a todos sus habitantes. El error aún permanece, pero en esa denominación la fabulosa India nos permite otear en su cultura y en su atracción a las especias que llevó a tan fantástica aventura sin la cual yo no podría estar esta noche en Bhopal junto a ustedes. En mi visita a la India quedé fascinado por su cultura y comprendí la trascendencia cultural que tuvo en Octavio Paz, premio Nobel de Literatura su paso como embajador de México en New Delhi.

Debemos recuperar el reconocimiento de nuestra unidad cultural en la diversidad. El diálogo que busca el consenso tiene que imponerse sobre la abreviada manera de comunicarnos. Hoy en América Latina donde se habla mayoritariamente el español, una lengua con más de 100 mil palabras, un joven en la universidad solo usa 200 palabras para comunicarse diariamente. Ni el 1% de toda su gran fuerza expresiva. Al ritmo que vamos tendremos que explicar la poesía, ayudar a comprender la novela o el cuento y algo peor: Superar el aislamiento que nos genera el desinterés de vernos y conversar con el otro.

En esta Torre de Babel donde no se conversa, no se habla, no se dialoga; la soledad puede generar grandes impactos en el relacionamiento humano e incluso en la reproducción humana con menor tasa de hijos o de uniones de personas para ese propósito. Hay un severo problema demográfico emergente en varias partes del mundo, no solo en Europa y hay muchos que lo explican por la prescindencia al que ha llegado el otro o la otra. Nos molesta estar juntos. Es desagradable la cita con el otro. La comunicación que es hacer común las cosas se nos ha vuelto en contra. Hoy miramos el espejo de los teléfonos celulares con la angustia de un náufrago permanente en una isla pérdida, pero feliz de estar en esa condición que es lo peor.

Recuperar la curiosidad, el interés en el otro, el asombro de sabernos parte de un mundo global tiene que hacernos vivos en esa hermosa reflexión de Gandhi que decía a propósito: “Las cosas que nos destruirán son la política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, el conocimiento sin carácter, el negocio sin ética, la entrega sin compromiso”.

Vale la pena construir un nuevo humanismo que no haga del temor en el otro la razón de su conflicto. No reduzca el poder a la capacidad de destruir al otro. Que viva reconociéndose en el otro y por lo tanto no le tema al diálogo que enrique y que lleva al consenso. No parece demasiado difícil intentarlo ante la urgencia que nos toca vivir.

*Conferencia dictada el 22 de noviembre de 2024 en la India.

ENSAYO

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