Luego de las renuncias de Ibáñez y González Daher, el peso de la indignación popular fue mejor calibrado por los parlamentarios. Tanto que Oviedo Matto decidió ahorrarse sinsabores y anunció su salida del Senado. Aprovechemos esta victoriosa ola ciudadana para limpiar al Congreso de sus roedores más descarados. Sobre todo porque se trata de un método algo anómalo que, en algún momento, va a cesar. Pero mientras tanto, todos tratan de adivinar quién será el siguiente escrachado.
Quienes zafen del próximo ramalazo quizás logren sobrevivir el resto del periodo. Algunas radios hicieron encuestas entre sus oyentes y el que resultó más votado fue el senador Víctor Bogado. Su caso es tan largo como indefendible, pero a él lo favorece la tradición nativa del cuoteo. Si las tres primeras renuncias fueron coloradas –Oviedo Matto también lo es, aunque provenga de una sucursal– ahora toca algún opositor, arguyen quienes acusan a los organizadores de las protestas de tener “indignación selectiva”.
Para más, todos son de Honor Colorado, lo que hace que los medios de Cartes los alienten desesperadamente a apuntar sus dardos hacia otras carpas. Creo que Víctor no tendrá necesidad de correr, por ahora. Aunque debe rezar para que el entusiasmo escrachero se apague tras su próxima víctima. También deben estar prendiéndole velas a la santa impunidad los diputados cartistas Tomás Rivas, cuyo caso es calcado al de Ibáñez, y Carlos Núñez, contrabandista de productos electrónicos.
Suena, entonces, entendible que el próximo parlamentario que reciba visitantes ruidosos en su vereda sea un opositor. Podrían ser Salyn Buzarquis, Enzo Cardozo, Milciades Duré o Teófilo Espínola. Todos están procesados y ostentan méritos para ser elegidos, aunque probablemente se salven. Es que hay alguien que ofrece más flancos: Carlos Portillo. Fue grabado pidiendo una irrisoria coima de 3.000 dólares para influir en el resultado de un proceso. Es una bagatela, pero eso es lo de menos. Portillo ya transgredió todos los límites de la paciencia colectiva en el último lustro. Veremos quién se juega por defenderlo.
Lo mejor de esta reacción ciudadana es el saludable miedo al escrache. Ha provocado efectos secundarios en la Corte, la Fiscalía, el Jurado de Enjuiciamiento y en las dos Cámaras parlamentarias. De repente, salen del freezer procesos paralizados durante años, vuelven a moverse investigaciones olvidadas, se hacen allanamientos sorpresivos, se anulan autoblindajes inconstitucionales y hasta parecen valientes y decididos algunos fiscales. Es bueno que esto suceda, pero también nos revela la cara más miserable de nuestra administración de Justicia. Si la gente tiene que salir a las calles para que las cosas sucedan es porque la Justicia es cobarde. Eso también educa a los políticos. Está bueno que no olviden que si joden, puede juntarse gente frente a su casa.