19 abr. 2024

Reconciliación y placeres del toque de queda

Blas Brítez

Parece que el equipo del reumatólogo de sienes brillosas, llamado Julio Mazzoleni, dio un inesperado como efectivo golpe de timón al descrédito al que parecía destinada la gestión de este Gobierno. Quiero creer que fueron él y su gente quienes urgieron medidas drásticas, más rápidas que en otros países, con respecto al coronavirus. Gente técnica, uno intuye, consciente de las graves implicancias sanitarias para Paraguay en un hipotético caso de expansión masiva del Covid-19 en su territorio. Consciente de un sistema de salud magullado por la acometida despiadada del dengue, la endémica falta de presupuesto y el desmontaje de cualquier protección social.

Lo del descrédito está por verse, pues todavía falta tiempo para el año clave de 2023. Mientras tanto, líderes partidarios hasta ahora poco locuaces y enfrentados, miserables también en sus portes oportunistas, divulgan su abrazo republicano en medio de informes diarios del fatigado ministro de Salud.

Digo que quiero creer que fueron los médicos porque habrá, seguramente, orgullosos padres espurios, ansiosos de protagonismo, de esta primera decisión de política sanitaria acorde a los momentos que vive el país. Momentos. Porque este del coronavirus es solo uno de los difíciles por los que hemos pasado localmente. Es por eso que sorprende que sea una decisión tomada por el mismo Gobierno que ignoró la gravedad del dengue, entre otras ignorancias. El de Mario Abdo Benítez. El de uno de los líderes aficionados a la pesca en el río revuelto de la necesidad y del miedo colectivo. Con el cuento de la reconciliación colorada. Un cuento escuchado desde la mañana del 3 de febrero de 1989. El otro componente del apretujón colorado es nuestro anterior presidente, Horacio Cartes. Las némesis políticas se reconcilian después de la destrucción. A veces en medio, que es cuando fungen de salvadores. Los colorados son siempre reconstructores de lo que destruyeron con perverso placer de filántropos. Son, en suma, la maquinaria política perfecta.

Lo que no quiero creer es que ni el otrora analista político y actual ministro del Interior, Euclides Acevedo; ni el anterior ministro de la cartera, actual titular del Gabinete Civil y abogado infatuado, Juan Ernesto Villamayor, hayan garabateado por cuenta propia algo eficaz en esta coyuntura, a pesar de sus carteles ilustrados de viejos y olvidados activistas democráticos; a pesar de sus cuchicheos en simultáneo en ambos oídos de Abdo, de la inepta administración de cinismo como forma de gobierno y comunicación.

Claro que cabe la posibilidad de que hayan sido los propulsores del amor republicano en los tiempos del coronavirus, subidos a los hombros de decisiones más sensatas y sapientes que las suyas. Siempre olfativos ellos.

Aun así, en el ámbito sanitario todavía puede surgir la insensatez. O lo que ya sucede: Que no se salvaguarde a los miles de trabajadoras y trabajadores todavía expuestos al contagio, a pesar del cartel de Abdo pidiendo cuarentena en la tranquilidad de una casa satisfecha. No solo hay hombres y mujeres que siguen laborando porque es lo inevitable, sino que se ha anunciado desde el sector privado la inminente pérdida de otros tantos miles de empleos. Sumados a la intensa sangría de los jornaleros, los artesanos y los trabajadores informales, en general.

A Juan Ernesto y Euclides los imagino entusiasmados ante el sonido marcial del toque de queda sui géneris que han impuesto y que quizá, les recuerde un poco el de otros tiempos. Los veo como si jugaran a infundir algo de miedo saludable en una fiesta de Halloween. Quizá como pequeños autócratas de una comedia teatral; como agentes de una blanda dictadura, sin embargo, igual de emocionante en su derroche de poder por el bien de la patria.

Por otro lado, a nadie le extrañe que Mazzoleni, con su vaga estampa de luchador de UFC, termine abriéndose ambicioso camino en las filas de Bernardino Caballero. A Santiago Peña, por mucho menos, le pasó.

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