Hace 18 años había ocurrido un hecho trágico en jurisdicción de Villa Elisa: una joven de 15 años disparó a su pareja en el automóvil en que se hallaban, y luego se suicidó.
El hecho fue tapa de más de un diario. Y la foto que publicaron fue la del cadáver de la chica, tendido sobre la calzada, semidesnudo, porque correspondía al momento en que el forense examinaba el cuerpo en plena vía pública y sin ningún recaudo para salvaguardar la dignidad de la difunta.
¿Se imaginan cuánto se habría viralizado si entonces hubiesen existido las redes sociales y los teléfonos móviles?
Jamás olvido la respuesta que me dio una persona muy importante de los medios de comunicación, en esa época, cuando le señalé la falta de respeto y el morbo en que había incurrido la prensa nacional, en general, al publicar semejante foto para reportar el caso: “¿Qué tiene?, ya está muerta”, espetó, fastidiado por la observación formulada.
Me habían quedado demasiadas dudas, pero también la certeza de que no haría a alguien, aunque haya dejado de existir, lo que no me gustaría que me hicieran a mí.
El episodio me vino a la memoria el fin de semana, cuando unas horas después de haber trascendido la muerte de la ex modelo Paola Colmán, ya corrían por las redes sociales fotografías del cadáver de la mujer, con primeros planos de ciertas marcas lilas, tomadas en el sanatorio donde había sido conducida tras ser hallada inconsciente.
A diferencia de 18 años atrás, en que los propios medios incurrían en esta insensible e irrespetuosa práctica de exponer a la luz pública una situación relacionada con la intimidad de una persona, hoy, con las redes sociales, la difusión es en forma exponencial.
Crece como una bola de nieve. Detenerla implica un alto nivel de conciencia sobre la responsabilidad individual y social que posea una persona. El control de la información escapa a los medios masivos de comunicación.
Aún a sabiendas de que viralizar una imagen deshumanizante, que menoscaba y guarda relación con la intimidad de una persona, comporta consecuencias jurídicas y éticas.
Publicar cadáveres, además de ser un acto que ofende el buen gusto y la sensibilidad, es una falta de respeto a los derechos humanos de la persona extinta fotografiada, y una innecesaria exposición de una imagen que no agrega información de capital importancia.
En el caso que mencionamos, se convierte en material informativo importante para quienes investigan las circunstancias del deceso. Me refiero a los médicos forenses y a la Fiscalía. Pero tienen carácter privado.
Es cierto que la mayoría de los códigos civiles del mundo establecen que con la muerte desaparece la persona y, por lo tanto, el difunto ya no es titular de relaciones jurídicas. Pero el derecho protege la memoria de la persona. Esta es como la prolongación de la personalidad de ella. Y no hay que olvidar a los ascendientes, descendientes, hermanos, amigos, etc., que mantienen los afectos hacia el fallecido o la fallecida.
Las buenas conductas del mundo real no tienen por qué quedar al margen en el mundo virtual.
El personal del sanatorio o quien haya tomado en ese lugar la foto al cuerpo de la ex modelo, y compartido luego, tiene que recibir una sanción ejemplar. Y quienes hayan contribuido a viralizarla deberían reflexionar si les gustaría ver publicada y multiplicarse una imagen así de algún ser querido.