Lo escuché en una radio: el perdón no conlleva el olvido del acto ofensivo o criminal.
No sé quién era el hombre que hablaba, porque pesqué solo el final del programa.
Me llamó la atención el comentario, porque no son pocos los que aseguran que quien perdona de verdad debe olvidar la ofensa.
El expositor explicaba: “Perdonar es tomar la decisión de no pagar con la misma moneda a quien nos ha ofendido y eso nos libera del resentimiento”.
Palabras más, palabras menos, decía que no se pueden olvidar ciertos hechos, y que inclusive esto sirve para estar alerta y no caer otra vez en el mismo pozo; una especie de mecanismo de defensa.
Supongo que habrá eruditos que podrán argumentar en contra, que aportarán tratados o interpretaciones que demuestren que perdonar es olvidar. Pero debo reconocer que, en la práctica, no siempre es posible olvidar, aunque sí es absolutamente factible, en todos los casos, decidir no pagar con la misma moneda, no tomar represalias.
En la semana que pasó hemos tenido la evocación de una tragedia que es imposible olvidar. No se puede olvidar a los que murieron y a los que quedaron marcados por el fuego; no se puede olvidar a quienes fueron responsables de la muerte de 400 personas, ni el horror de ese 1 de agosto. No se puede olvidar que no se hizo justicia a tres años del incendio del Ycuá Bolaños y no se puede olvidar que no se aprendió la lección.
En otro caso, un poco más lejano, el del Marzo Paraguayo, tampoco se puede olvidar a los que murieron defendiendo la institucionalidad del país; ni a los autores morales y materiales del hecho, con quienes la Justicia es tan benigna. No se pueden olvidar esas imágenes de marzo del 99, pese al tiempo transcurrido y a los intentos de torcer la historia.
Queda claro que el perdón no tiene nada que ver con la obligación de que se haga justicia, es decir, perdonar no implica renunciar a la exigencia de que se condene a los culpables.
Según los entendidos el perdón tiene efectos terapéuticos en el cuerpo y en el alma, y el no perdón, efectos perniciosos.
Cada quien, entonces, según su formación, su fe o su decisión podrá recurrir al perdón para sanar sus heridas. Pero, como país, se necesita algo más: justicia, para curar las heridas de la sociedad sobrecogida.
Dicen que los paraguayos nos caracterizamos por tener mala memoria y que eso colabora con la impunidad. Me pregunto: ¿qué habría pasado si los del Ycuá no recordaban públicamente a sus víctimas cada 1 de agosto y cada vez que pueden? Si haciendo esto no llega la justicia, no quiero imaginar lo que hubiera pasado sin esas manifestaciones.
Perdone, pero hay cuestiones que no se deben olvidar, porque es hacerle la cama a la impunidad, que tanto daño ya le ha hecho a Paraguay. En estos casos, recordar, es apostar por un país diferente.