Este gesto cotidiano, casi invisible, es parte del día a día de cientos de maestros y maestras del país, en especial en zonas rurales y asentamientos urbanos del Departamento Central; las periferias sociales, como se los conocen.
En comunidades donde falta casi todo, los docentes no solo enseñan, también gestionan, denuncian, acompañan. Son enfermeros, psicólogos, asistentes sociales, muchas veces sin tener el respaldo necesario del Estado. Ayer, celebraron su día con muchas reivindicaciones pendientes.
“Hoy en día, el docente debe ser médico, especialista, terapeuta. Hacemos campañas de abrigos, llevamos materiales desde casa, compartimos lo que tenemos. Pero también sufrimos la sobrecarga laboral y el abandono institucional”, relata Noelia Caballero, dirigente de la Organización de Trabajadores de la Educación Sindicato Nacional y maestra en la ciudad de Limpio, en una zona de asentamientos.
Desafío diario. Caballero no habla desde la teoría. Con 24 años de experiencia, conoce de cerca la crudeza de enseñar en condiciones precarias y como dirigente gremial tuvo la oportunidad de recorrer muchas escuelas del interior del país, chocando con realidades más crudas de las que se pueden ver en algunas zonas de capital y Central, en sus periferias.
“Estamos haciendo malabares. Partimos un lápiz, le damos un borrador usado, afinamos una punta para que ese chico tenga con qué empezar el día”, dice. Y agrega que “en esos lugares, el único alimento de muchos chicos es el que reciben en la escuela, si es que llega”, haciendo referencia al programa Hambre Cero en las escuelas.
Las campañas preventivas del Gobierno no alcanzan, explica. “No hay programas reales que contengan a esos niños fuera del horario escolar. Los problemas sociales llegan al aula, y el docente se ve obligado a responder sin las herramientas necesarias. Además, se suman resoluciones sin bajada clara, sin capacitación, con más exigencias y menos apoyo, pero con los niños y niñas con más necesidades”, sentencia.
Educación del siglo. La situación se agrava en las zonas rurales. Fátima Peralta, docente del distrito de San Pablo, en el Departamento de San Pedro, afirma que no tiene descanso con nuestra realidad. “Estamos en aulas con diferentes necesidades, sin gas para la cocina, sin materiales, con infraestructuras del siglo XIX, mientras se nos pide formar estudiantes para el siglo XXI. ¿Cómo podemos hablar de educación competitiva en estas condiciones?”.
Las aulas en el interior no solo carecen de recursos básicos, sino que además están siendo cerradas o fusionadas, según Cabrera. “Eso obliga a muchas familias a migrar a la capital o al área metropolitana, saturando aún más las escuelas en los asentamientos. Y esa migración forzada, que nadie atiende, genera más exclusión”, afirma. Para ella, “más que inclusión, vivimos una exclusión dentro de la exclusión”.
A pesar de todo, ambas docentes coinciden en algo: la vocación permanece, aunque herida. “Aún tenemos vocación, pero el desafío hoy es mucho más duro que hace 20 años. Sentimos que estamos peor en educación, y eso nos duele profundamente”, confiesa Caballero. Mientras tanto, siguen allí, con sus alumnos, improvisando soluciones, siendo un pilar donde el Estado no llega.