La portada de este diario, al igual que la de otros medios de comunicación, mostraba ayer la imagen de varios autos arrastrados a un arroyo tras el derrumbe de un muro de contención en el barrio Santa Lucía, de Lambaré. En el histórico barrio Ricardo Brugada, de Asunción, más conocido como la Chacarita, se produjo un alud de tierra sobre precarias casas, causando la muerte de una abuela y sus dos pequeños nietos, obligando a la evacuación de varias viviendas y edificaciones, incluyendo al museo José Asunción Flores, que fuera hogar del creador de la guarania, José Asunción Flores, en Punta Karapã.
A esas imágenes del desastre se sumaban muchas otras, de barrios enteros inundados y de pobladores siendo evacuados. Calles convertidas en canales con raudales enfurecidos, arrastrando vehículos y personas. Moradores que quedaron atrapados en sus propias casas inundadas y que debieron ser socorridos por bomberos voluntarios y vecinos solidarios. Además, extensos territorios que quedaron sin servicios de energía eléctrica y de agua potable por largas horas, en algunos casos días enteros, como ya se ha hecho costumbre ante la incapacidad de la ANDE y la Essap de mantener su provisión o de reponerlas con rapidez.
Aunque hay quienes niegan que existan los efectos del llamado cambio climático, no se puede dejar de reconocer que los azotes de fuertes lluvias, tormentas y vientos huracanados son cada vez más frecuentes en nuestro país, coincidentemente con la pérdida de grandes áreas de bosques.
A partir de los años 70, en poco más de medio siglo, el Paraguay perdió más del 80% de su superficie boscosa, reemplazada por pasturas extensivas para cría de ganado y cultivos mecanizados de soja, maíz, girasol y trigo. De las más de 8 millones de hectáreas que cubrían la superficie del país en 1945, parte del sistema del Bosque Atlántico del Alto Paraná, hoy quedan poco más de un millón de hectáreas, según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés).
Las grandes tormentas ya no son solamente ocasionales. Llegaron para quedarse y son cada vez más fuertes, provocando víctimas y enormes pérdidas. Hasta ahora desde el Gobierno Central y desde los gobiernos locales no existe una política de prevención que ayude a la población a estar mejor protegida ante los azotes climáticos. No hay un organismo con mecanismos de defensa ante las catástrofes que utilice la tecnología para anticipar lo que va a ocurrir y actúe a tiempo, como existe en otros países.
También hace falta mejorar la infraestructura vial y de servicios públicos, conforme a los actuales desafíos. Hay mucho por hacer, pero en algún lado hay que empezar, en lugar de seguir poniendo parches para aguantar hasta el próximo temporal.