A continuación, algunas de las elecciones más notables.
Una paloma y una ejecución. En el año 236, la comunidad cristiana de Roma debatía sobre posibles candidatos a Papa, cuando una paloma blanca se posó sobre la cabeza de un espectador, Fabián. “En ese momento, todo el mundo, como movido por una única inspiración divina, clamó con entusiasmo y de todo corazón que Fabián era digno”, según Eusebio, un historiador de la Iglesia de la época. Pero esta bendición acabó mal. El emperador romano Decio lo persiguió y ejecutó 14 años después.
Sobornos. En los primeros tiempos de la Iglesia, el clero y la nobleza romana escogían a los Papas, pero a menudo las votaciones estaban amañadas. Una de las elecciones más infames tuvo lugar en 532, tras la muerte de Bonifacio II, con “sobornos a gran escala de funcionarios reales y senadores influyentes”, escribe P.G. Maxwell-Stuart, en Chronicle of the Popes ( Crónica de los Papas ). Al final, el escogido fue un sacerdote ordinario, Mercurio, quien fue el primer Papa en cambiar su nombre de nacimiento por el de Juan II. En 1059, Nicolás II dio a los cardenales el poder exclusivo de escoger al Pontífice.
El primer encierro. La idea de encerrar a los cardenales para acelerar la elección se remonta al siglo XIII. La palabra “cónclave” proviene de la expresión en latín cum clave , que se significa “bajo llave”. En 1241, visto que la elección se alargaba, el jefe del gobierno de Roma encerró a los cardenales en un edificio en ruinas y se negó a limpiar los lavabos o permitir que los médicos atendiesen a los enfermos.
Según cuenta Frederic Baumgartner en su A History of the Papal Elections ( Historia de las elecciones papales ), los cardenales solo llegaron a una decisión cuando uno de ellos murió y los romanos amenazaron con exhumar su cadáver.
Después de 70 días, se pusieron de acuerdo y Goffredo Castiglioni se convirtió en Celestino IV.
El más largo. El cónclave más largo de la historia duró casi tres años tras la muerte de Clemente IV en noviembre de 1268, en el palacio papal de Viterbo, cerca de Roma. A finales de 1269, los cardenales aceptaron encerrarse para intentar alcanzar una decisión y, en junio de 1270, los frustrados habitantes retiraron el techo para acelerar el proceso. Finalmente, Teobaldo Visconti se convirtió en el papa Gregorio X, en setiembre de 1271.
Cambio de reglas. En respuesta al caos que condujo a su elección, Gregorio X cambió las reglas: exigió que los cardenales se reunieran 10 días después de la muerte del Papa y ordenó que la comida se racionara progresivamente.
Si no había ninguna decisión en tres días, las comidas contarían con un solo plato principal, de los dos tradicionales en Italia. A los cinco días, solo tendrían pan, agua y vino, según el libro Cónclave, de John Allen.
Los cónclaves se celebraron durante siglos en el Palacio Apostólico del Vaticano y, desde 1878, de forma ininterrumpida en la Capilla Sixtina, que ya acogió otros en el pasado.
Una sastrería en Roma ha confeccionado por décadas las sotanas blancas que los nuevos Papas se colocan inmediatamente después de ser elegidos. Pero en este cónclave hay competencia. Tradicionalmente, los sastres de la casa Gammarelli preparan tres conjuntos para no errar la talla del nuevo Pontífice: bajo, medio, alto. Pero en esta oportunidad, el Vaticano les pidió no hacerlo. Y a horas de que los cardenales se encierren en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor del papa Francisco, la sastrería rival de Raniero Mancinelli aprovecha la oportunidad para ofrecer su propio conjunto. “Debo entregar las sotanas blancas, el fajín, el solideo”, explicó a la AFP Mancinelli. “Puede que las necesiten para el nuevo Papa, tienen que estar listas antes del cónclave para que las usen si las necesitan”. Mancinelli ha confeccionado ropa para varios Papas en el pasado, pero nunca ha tenido el honor de hacer el primer conjunto, que se usa cuando el nuevo Pontífice se dirige al público desde el balcón de la Basílica de San Pedro. Mancinelli también está haciendo tres tamaños para adaptarse a todo tipo de Papa, aunque indicó que prioriza el ancho más que el alto porque desde el balcón no se aprecia la caída del traje.