19 abr. 2024

Osvaldo González Real, el hermano del verbo

La erudición es el conocimiento amplio y profundo de una disciplina, de un arte. Osvaldo González Real tiene un conocimiento amplio y profundo de varias disciplinas, del arte y, en especial, de la literatura y más específicamente de la poesía. Ergo: Osvaldo es un erudito.

El poeta y escritor Osvaldo González Real, con su nuevo libro editado por Rosalba.

El poeta y escritor Osvaldo González Real, con su nuevo libro editado por Rosalba.

Bernardo Neri Farina

La cultura es, a los efectos del tema que aquí nos convoca, el conjunto de conocimientos adquiridos y desarrollados que contribuyen a la riqueza intelectual de una persona y a su capacidad de entender el mundo y armonizar sus actos en ese entendimiento. Osvaldo es un hombre de valorable riqueza intelectual, gracias al conjunto de conocimientos adquiridos y desarrollados. Ergo: Osvaldo es un hombre culto.

La sabiduría es el más alto grado del conocimiento. Osvaldo nos sorprende a diario con sus conocimientos, su actualización en tantísimas áreas y su amor a la gnosis pura; al saber por saber. Que ya vendrá luego la aplicación de ese saber. Osvaldo es un hombre inevitablemente sabio.

NARRATIVA RELAMPAGUEANTE

Erudición, cultura y sabiduría son atributos que Osvaldo ha ido urdiendo a lo largo de su vida y que los puso a cabalgar con el talento innato que nos sonríe desde su mente y que despliega con su palabra. Que se manifiesta en su narrativa relampagueante y en su poesía impetuosa.

Y su palabra. Su palabra que hierve. Su palabra extraída de la erudición, de la cultura, de la sabiduría, y lanzada hacia la máxima expresividad que puede alcanzar el verbo poético.

La Editorial Rosalba nos entrega hoy esta Antología poética, de Osvaldo González Real; una breve, pero potente, selección de poemas antiguos y nuevos que se erigen sobre el vigoroso cimiento de un González Real madurado en la palabra estricta y la forma austera.

Un repertorio que recorre un universo ancho de simbolismos y enigmas, de preguntas y certezas; un universo poblado de imágenes que parecieran lejanas pero que están cerca de nosotros; un mundo de fantasías calibradas, de sugerencias metafísicas, de dimensiones reconocibles.

El libro se divide en cuatro partes. La primera es un conjunto extraído de su poemario Memorias del exilio (Alcándara, 1984); la segunda es un extracto de Poema Sutra (Servilibro, 2008); la tercera está dedicada a los Poemas Zen, y la cuarta reúne sus últimos poemas, los inéditos.

Hay dos proposiciones que laten como sístole y diástole rítmicas en este poemario escogido. Una es la palabra:

Antes que la nueva luz brillara

primero fue la voz

el fiero aliento de los dioses.

La otra proposición es el exilio. El físico, el espiritual y ese otro tan terrible que es el exilio que apunta al olvido.

Estamos aquí, arrojados

a la intemperie

en una tierra amarga

despojados de nuestras almas

con cuerpos vacíos, esperando.

Y en medio, las alegorías a las que recurre el poeta. Alegorías importadas desde sus conocimientos históricos, mitológicos, geográficos; desde su cultura universal y atemporal, aplicadas con el oficio de un orfebre paciente, para dejar engarzadas las connotaciones de su voz: la intención más allá de la superficie del enunciado. En su poema Elegía de Chilam Balam, el poeta recurre a la memoria maya para elaborar una transparente figuración representativa, una asociación capaz de ser interpretada en diversos planos por una mente activa.

Llegarán desde la otra orilla

para la destrucción

para matar la memoria del pueblo

y cegar la faz de los dioses.

Por momentos su voz se torna apocalíptica en la visión de tantos destierros vistos desde lejos y desde cerca: destierros con distancia material y destierros de sueños. Batallas perdidas en los alrededores del absurdo y que marcan la historia nacional y la historia personal de tanta gente. Batallas perdidas impregnadas en la memoria de seres sensibles al dolor ajeno como la memoria del propio Osvaldo. Así se percibe en el pletórico fuego de Juglar de ausencias, el poema dedicado a Augusto Roa Bastos, escrito en 1982, año del último destierro del autor de Yo el Supremo. Ese poema que resuena en sus primeros versos para el…

Catador de músicas extrañas

viejo juglar de ausencias

Ese poema que tiene un antiapocalipsis en su propia entraña cuando clama

Has de volver, hijo pródigo

—comedor de cenizas—

con dulces palabras nuevas

con el fervor de otras tierras

y el fulgor de otros soles.

GENERACIÓN DEL 60

Osvaldo pertenece a la generación del 60, que también incluye a otras voces macizas de la poesía en el Paraguay, como Jacobo Rauskin, Francisco Pérez-Maricevich, Gladys Carmagnola, Esteban Cabañas, Víctor Casartelli, Mauricio Schvartzman. Esta generación estuvo marcada por los años de consolidación de la autocracia stronista, con todo lo que eso significó para las libertades públicas y la creación en libertad: control sobre el arte y los artistas, la necesidad de enmascarar la palabra con el eufemismo conveniente, silencio protector en la espera de que pasara la tormenta. Y el exilio. El de los desterrados absolutos y los del exilio interno que aguantaron como pudieron, difuminando su palabra como un placebo que aliviara la persecución.

Por todo ello la palabra y el exilio son temas que atañen a un Paraguay evocado y revocado; con voces sofocadas y creaciones arrinconadas. Aunque hubo resistencia en varios frentes, resistencia que les costó caro a compatriotas de diferentes cantos.

En esa generación del 60 quedó un sello que no se diluye y que pervive en sus voces como un desvaído palimpsesto. Osvaldo no escapa a ese influjo:

Nuestra desdicha ha sido larga

el sufrimiento

nos aproxima a los dioses

hemos permanecido en el silencio

ante la eternidad del exilio.

Ese reflejo pervive aun a sabiendas de que la contracara del exilio es la perenne odisea a nuestra Ítaca figurada, salvando la tentación de las traicioneras melodías de las sirenas que buscan impedir el retorno completo.

Erudito, culto, talentoso, Osvaldo González Real proclama, en un poema impecable, a la Madre del Verbo, la que sostiene los mundos cantando “su soledad sobre una tierra extranjera”. Esa Madre es su propia madre. La Madre poética de Osvaldo, la que conoce los secretos de su palabra y de su exilio (interior). Esa es la Madre que hace de Osvaldo “magma de un volcán numinoso” y, en consecuencia, el sabio hermano del Verbo.

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