La finalidad de la parábola que hoy leemos en el evangelio de la misa es distinguir la piedad auténtica de la falsa. La oración verdadera atraviesa las nubes del cielo, según leemos en la primera lectura, sube siempre a Dios y baja llena de frutos.
Antes de narrar la parábola, San Lucas se preocupa de señalar que Jesús hablaba a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás. El Señor habla de dos personajes bien conocidos por todos los oyentes: dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro publicano. Enseguida nos damos cuenta de que, aunque los dos hombres se dirigieron al templo con el mismo fin, uno de ellos no hizo oración. No habla con Dios en un diálogo amoroso, sino consigo mismo. No hay amor en su oración, ni tampoco humildad. El fariseo está de pie, da gracias por lo que hace, está satisfecho. Se compara con los demás y se considera más justo, mejor cumplidor de la ley. Parece no necesitar de Dios.
El publicano se quedó lejos, y por eso Dios se le acercó más fácilmente. No atreviéndose a levantar los ojos al cielo, tenía ya consigo al que hizo los cielos... Que el Señor esté lejos o no, depende de ti. Ama y se acercará. Y estará atentísimo, como nadie lo ha estado nunca, a todo aquello que queramos decirle. El publicano conquistó a Dios con su humildad y su confianza, pues Él resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes, y nos enseña cómo ha de ser nuestra oración: humilde, atenta, con la mente fija en la persona a quien hablamos, confiada, procurando que no sea un monólogo como la oración del fariseo, en la que nos demos vueltas a nosotros mismos, a las virtudes que creemos poseer...
En la parábola late la idea de la humildad como fundamento de nuestro trato con Dios. Él quiere que acudamos a la oración como hijos pobres y necesitados siempre de su misericordia. «A Dios, enseña San Alfonso Mª de Ligorio, le gusta que tratéis familiarmente con Él. Tratad con Él vuestros asuntos, vuestros proyectos, vuestros trabajos, vuestros temores y todo lo que os interese. Hacedlo todo con confianza y el corazón abierto, porque Dios no acostumbra a hablar al alma que no le habla». Huyamos en la oración de la autosuficiencia, de la complacencia en los aparentes o posibles frutos en el apostolado, en la propia lucha ascética... y también de las actitudes negativas, pesimistas, que reflejan falta de confianza en la gracia de Dios, y que son frecuentemente manifestaciones de una soberbia oculta. La oración es siempre tiempo de alegría, de confianza y de paz.
Por P. Víctor Urrestarazu
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