28 mar. 2024

¡Óita, don Froilán!

Don Froilán Benegas se convirtió en un héroe esta semana, al salvar a un niño en un raudal de gran porte, arriesgando en ello su vida.

¿Quién era el niño rescatado? Un desconocido para don Froilán, quien al ser consultado redondeó: “Jajapova’erã por amor... Yo tengo también un hijo en casa”.

Este nivel de empatía y valoración de la vida de otro ser humano no viene de una elucubración teórico-doctrinal sobre el esencial derecho humano a la vida, es fruto sí de una conciencia clara y de saber convertir en virtud personal el valor que le enseñaron y está presente en su cultura.

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No falta quien analiza el hecho desde una perspectiva meramente materialista tratando de encajar a don Froilán en una clase social o en una categoría estadística que el Estado debe paternalizar, según ellos, porque, “aichijáranga”, es pobre. Pero la realidad muestra que lo del Estado, sus burocracias y subsidios es algo posterior y no constituye la esencia del bello espectáculo de alto nivel de humanidad que ya están dando don Froilán y otros compatriotas de a pie.

Esta actitud de protección de la vida no es casual, tiene sus raíces profundas en el marco cultural en el que se crece y donde se la valora.

Hoy, 25 de marzo, conmemoramos el Día del Niño por Nacer, y para que la sociedad tenga en este tema una atención particular existe un decreto presidencial, el 20846/2003, que busca la promoción de la vida humana desde que ha sido concebida en el vientre de la madre, en consonancia con el artículo 4 de la Constitución Nacional del Paraguay que proclama la dignidad de las personas desde el inicio de su vida.

El lobby abortista quiere contraponer a ese artículo constitucional argumentos reduccionistas y hasta mentirosos que solo sirven al jugoso meganegociado del aborto.

Pero, debido a los avances de la ciencia hoy es imposible negar la condición humana y personal del nasciturno, en coincidencia con lo que la tradición y las costumbres, guiadas por el sentido común, ya vienen repitiendo desde que el mundo es mundo.

Aunque el lobby apriete las teclas emocionales dirigiendo su batería propagandística hacia un cambio de mentalidad que distorsiona los derechos de la mujer (sin considerar a las mujeres en el vientre), desestima el impacto negativo de legalizar el aborto y niega el aporte masculino en la civilización, la verdad es que donde se impone el aborto legal se da vía libre al ejercicio de la irresponsabilidad masculina, traducida en un perturbador neomachismo del siglo XXI que carga todo el drama en hombros de la mujer, disfrazado de un hipócrita buenismo.

Es alegórico que don Froilán no necesitó una clase de derechos humanos ni recurrió a un artículo jurídico para respaldar su acción de salvar a un niño. Es que la conciencia moral es anterior a la ley, que debe reflejarla para que sea válida, tal es el caso del derecho a la vida desde sus inicios.

Don Froilán nos dio dos claves de sabiduría de la cultura de la vida en su declaración: amar y pensar en nuestros hijos. Pero no creo que este señor hablara de un amor reducido a acto sexual o a afectivismo meloso. El amor humano da para más y lo impactante es que, a pesar de todo el raudal pornográfico de antivalores que se le está tirando encima, resiste como ese niño agarrado del árbol, confiado en la capacidad de establecer relaciones humanas, donde el otro no es tratado como un objeto, sino como alguien valioso por quien vale la pena arriesgarse y sacrificarse.

Mientras esta conciencia del valor de la vida de toda persona siga presente entre “los comunes” que levantan este país, el hiperfinanciado lobby de la cultura de la muerte tendrá que conformarse con su fracaso en este lado del mundo.

Eso sí, sus promotores tienen la posibilidad de mirar a los héroes de a pie como don Froilán, recapacitar y cambiar para bien, posibilidad que la vida no niega a nadie.

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