El comité del Nobel reconoció a Claudia Goldin “por haber avanzado en la comprensión de los resultados de las mujeres en el mercado laboral”, según el comité, la economista descubrió “factores clave” de las diferencias de género en el mercado laboral y “proporcionó el primer relato completo de los ingresos de las mujeres y su participación en el mercado a lo largo de los siglos”.
La premio nobel también investigó cómo la pandemia de covid-19 impactó al empleo y a la participación de las mujeres en él.
El primer hallazgo es que las mujeres están subrepresentadas en el mercado laboral y, cuando trabajan, ganan menos que los hombres. Goldin demostró que la participación femenina en el mercado laboral no tuvo una tendencia ascendente durante todo este periodo, sino que forma una curva debido a múltiples factores.
La participación de las mujeres casadas disminuyó con la transición de una sociedad agraria a una industrial a principios del siglo XIX, pero luego comenzó a aumentar con el crecimiento del sector de servicios a principios del siglo XX. Goldin explicó este patrón como resultado del cambio estructural y la evolución de las normas sociales con respecto a las responsabilidades de las mujeres en el hogar y la familia.
Durante el siglo XX, los niveles de educación de las mujeres aumentaron continuamente y en la mayoría de los países de altos ingresos son ahora sustancialmente más altos que los de los hombres. Goldin demostró que el acceso a la píldora anticonceptiva jugó un papel importante en la aceleración de este cambio. A pesar de la modernización, el crecimiento económico y el aumento de la proporción de mujeres empleadas en el siglo XX la brecha salarial entre mujeres y hombres se mantuvo.
Si bien estos hallazgos se refieren a mujeres de Estados Unidos, es significativo que las mismas brechas se verifiquen actualmente en Paraguay y en algunos casos coincidan hasta en la dimensión de las mismas, dando cuenta de una realidad que se repite en las mujeres independientemente del modelo económico.
La persistencia de desigualdades económicas entre mujeres y hombres se traduce en menores niveles de autonomía y empoderamiento económico de las mujeres, reduce sus posibilidades de salir de la pobreza y aumentar su calidad de vida.
Pero además, esta situación nos perjudica a todos. Más de un tercio de los hogares en Paraguay tiene jefatura femenina, por lo que la reducción de las brechas económicas automáticamente repercute de manera positiva en las familias.
La menor participación económica, la precariedad de sus empleos y sus ingresos más bajos reducen el crecimiento del PIB, obstaculizan la reducción de la pobreza, ponen límites a la sostenibilidad de la deuda y de la seguridad social.
En definitiva, pierden las mujeres, pierde el país, perdemos todos.
El Estado y la sociedad tienen que comprometerse a reducir estas brechas con políticas públicas que amplíen las capacidades y oportunidades de las mujeres paraguayas.
Las aspiraciones que tienen las mujeres se verifican cotidianamente en su esfuerzo por estudiar, en la búsqueda de empleos y en la demanda por espacios laborales libres de violencia. Sin embargo, es poco lo que hace el país para facilitarles el acceso a empleos de calidad.
El rol económico de las mujeres paraguayas es fundamental para mejorar la vida de todos, por lo que el Estado en su conjunto debe apoyar en mejorar sus condiciones laborales y garantizar su autonomía económica.