14 may. 2024

No más autócratas, la simple lección no aprendida

Hace 30 años la tiranía de Alfredo Stroessner terminaba a balazos. Luego de sangrientos combates que se iniciaron la noche del 2, el derrocamiento del dictador se concretó tras un eficaz golpe militar que finiquitó el pleito la madrugada del 3 de febrero de 1989.

“Stroessner se ha rendido”, se oyó decir al general Andrés Rodríguez a las 7.30 de la mañana de ese viernes a través de la Cadena de Radiodifusión.

La dictadura, esa que parecía exasperantemente eterna, bajaba el telón dejando atrás una era oprobiosa.

A partir de allí, se inicia el difícil periodo de construcción de la democracia.

Rodríguez, primero como líder militar y luego como presidente civil vía elecciones, levantó el estado de sitio instaurado en 1954, reconoció a los partidos políticos, incluido al proscrito Partido Comunista, y proclamó el respeto de las libertades civiles.

Pero donde se buscó romper con el pasado fue con la nueva Constitución Nacional, en 1992, que derogó la promulgada por la dictadura. Además de fundar varias instituciones para mejorar las reglas de juego en la recreación de un nuevo Estado, le puso cerrojo a futuras tiranías. Los constituyentes decidieron que ya no habría nuevos Stroessner y sentenciaron que los presidentes y vicepresidentes durarán cinco años improrrogables en el ejercicio de sus funciones. “No podrán ser reelectos en ningún caso”, señala taxativamente el artículo 229.

A pesar de la claridad de la frase, presidentes electos democráticamente han crispado la sociedad buscando permanecer más tiempo de lo establecido, a través de maniobras legales para cambiar el sentido de las palabras y así saciar sus veleidades políticas

VANOS INTENTOS. De hecho, la traba constitucional a la reelección generó la primera gran crispación política del poststronismo. El presidente Andrés Rodríguez no asistió a la ceremonia de jura de la nueva Constitución (aunque lo hizo después ante el Congreso), indignado por la prohibición y porque dudaron de su palabra de que no se presentaría a la reelección. En Palacio de Gobierno revivió el ritual stronista de los apoyos incondicionales. Ministros, militares, seccionaleros, etc., fueron a solidarizarse con el general y a despotricar contra los desagradecidos y los colorados traidores. El entonces ministro de Justicia, Hugo Estigarribia, cruzó la línea institucional lanzando una polémica frase: “La palabra de un soldado vale más que mil leyes”. Los ruidos de sables volvieron a sonar cuando en el mismo acto el comandante de la Armada, Eduardo González Petit, amenazó: “Los militares esperan órdenes para cualquier necesidad”.

Pero no pasó a mayores. La novel democracia pasó su primera prueba.

lista negra. A todos los presidentes les picó la tentación de la reelección.

Quien empezó el debate con más fuerza fue Nicanor Duarte Frutos (2003/2008), quien, con un dictamen constitucional bajo el brazo, instaló la idea de que la reelección podía instaurarse por la vía de la enmienda y no de una convención constituyente. En esa carrera por la suma de poderes, generó una crisis institucional cuando se presentó como candidato a la presidencia de la ANR, pese a que la Constitución establece que el presidente de la República y el vicepresidente “no pueden ejercer cargos públicos o privados, remunerados o no, mientras duren en sus funciones”.

Este hecho también marcó un punto de inflexión en la Justicia y el inicio de la sumisión desvergonzada de la Corte Suprema a los mandatos políticos. Con la complicidad de cinco ministros y gracias a una maniobra judicial, Nicanor logró la habilitación para asumir y ejercer por unas horas la titularidad de la ANR, pese a la prohibición constitucional.

Esta crisis fabricó un héroe: Fernando Lugo, cuya imagen como líder político se inició con una gran manifestación ciudadana contra esta perversa alianza político-judicial. Esta aventura le costó a la ANR la presidencia de la República.

Una vez más, los mecanismos naturales de la democracia se activaron para frenar la reelección.

Pero el ex obispo de San Pedro tampoco aprendió la lección. A tres años de su mandato, en el 2011, sus partidarios recolectaron 90.000 firmas para la reelección vía enmienda. Pero los avances políticos no tuvieron eco y el luguismo se replegó.

Una vez más, los mecanismos naturales de la democracia se activaron para frenar la reelección.

Pero al que más caro le costó la aventura fue a Horacio Cartes (2013-2018). Fue el que más lejos llevó el proyecto de reelección presidencial. Con el apoyo clave del luguismo, superó la valla del Senado, pero a raíz de la tensión política se frenó en Diputados. La situación de crisis llegó a su pico máximo con la quema del Congreso, el asalto policial al PLRA y el asesinato de su joven dirigente Rodrigo Quintana. Su obsesión por el poder le costó la derrota electoral y, a pesar del claro mensaje ciudadano, sigue crispando el escenario político.

Aunque con un alto costo, una vez más los mecanismos naturales de la democracia se activaron para frenar la reelección.

Esta breve historia de la transición política pos 1989 demuestra que los líderes políticos no han comprendido una simple lección. Que más allá del desencanto de esta democracia imperfecta, con su alta deuda social, la sociedad paraguaya decidió vivir en libertad, sin presidentes que buscan su perpetuidad quebrando las reglas de juego.

Es hora que lo entiendan.

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