Un interesante artículo publicado en este diario relataba las penurias que viven diariamente las personas con discapacidad cuando se movilizan por Asunción.
Decía el artículo que la estructura construida e instalada en los espacios públicos no está pensada para que las personas que sufren algún tipo de discapacidad puedan desenvolverse en un ambiente seguro.
La descripción que hacía de los “defectos” de la capital de la República nos resulta sin dudas bastante conocida: Veredas en pésimo estado, sin baldosas, con malformaciones, obstáculos colocados arbitrariamente y hasta convertidas en escaleras, además de un servicio de transporte precario no adaptado con el componente de la inclusividad.
Esta es una realidad con la que nos vemos obligados a convivir los que vivimos en esta ciudad. Aunque también la soportan los que viven en otros lugares, pero durante el día circulan, se mueven, trabajan o estudian en Asunción.
Y si para los que no tienen algún tipo de discapacidad es complicado moverse por la ciudad, imagínense lo que representa para personas que ven poco o nada o necesitan movilizarse con muletas o silla de ruedas. Debe ser una verdadera tortura.
Asunción hace rato ya dejó de ser una ciudad amable. El centro está destruido, literalmente. Las viejas casonas o se cayeron solas por el efecto de abandono o las echaron abajo para construir algún adefesio de cemento y vidrio y por supuesto, las veredas rotas son de antología, eso cuando no compiten con los agujeros que deja algún registro de la Essap o algo parecido.
Caminar por las calles del microcentro podría, perfectamente convertirse en una prueba de atletismo. Por suerte, los buses chatarra nos ayudan en el entrenamiento porque toca correr detrás de ellos, viajar apachurrados como sardinas y ser lo suficientemente ágiles para subir y bajar del ómnibus. Después de eso vienen los saltos, hay que estar todo el rato saltando los agujeros que adornan nuestras veredas rotas, después caminar zigzagueando para esquivar a vendedores y otros dueños de los espacios públicos, trotar para preservar nuestra integridad física al cruzar la calle, incluso al cruzar por el paso de cebra; y de yapa tenemos que aguzar todos nuestros sentidos para evitar que nos roben la cartera, la billetera o el celular, o los tres juntos.
Asunción no solo tiene serios problemas con su infraestructura, está sucia y huele a pis, también se va deshumanizando. Como cuando con la bocina le apuramos al auto de adelante, como si con eso fuéramos a abrir el paso cual Moisés el mar Rojo; cuando aceleramos al llegar a una bocacalle y vemos a un asustado peatón correr para no terminar debajo de las ruedas o cuando arrojamos basura en la vereda o una bolsa de los desperdicios al raudal. Todo eso sin mencionar que se está convirtiendo en una ciudad fantasma, porque nadie puede pagar los altos impuestos para vivir en este despelote de caos de tráfico y etcéteras.
En fin, perdón por la catarsis, pero lo verdaderamente peor de todo es que este comentario lo podrán leer en cualquier año bajo cualquier administración municipal sea del partido que sea, porque al parecer a nadie le importa convertir a Asunción en una ciudad donde dé gusto vivir y que sea amable y solidaria con todos, especialmente, para los que vivimos aquí.