Por Susana Oviedo
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El viernes fue una fecha muy importante para Nilsa. Al principio estuvo nerviosa; luego se sintió liberada y con una sensación de “misión cumplida” que la llenó de satisfacción, cuando pocos minutos después de concluir la defensa de su tesis ante la mesa examinadora, le comunicaron que obtuvo 5 como calificación.
“Yo terminé la carrera en el 2005, y el año pasado me dediqué a elaborar la tesis, pero cambiaba y cambiaba de tutores, hasta que este año, de enero a octubre, estuve de lleno con el tema”, explica. Su investigación se titula: “Uso de la tecnología en personas no videntes y su implicancia en lo personal y laboral”.
Casada con Nelson Segovia, también ciego, cuenta que cuando no tenían cerca la ayuda de alguna persona y recibían mensajes escritos en el celular, se veían en aprietos por no saber quién les había enviado. “Teníamos que llamar uno por uno a nuestros contactos para preguntarles”, cuenta. Sin embargo, supieron que existe un software que se llama Jaws, que consiste en un lector de pantalla para ciegos o personas con visión reducida. Este convierte toda la información de los programas ejecutados en la computadora para su reproducción en voz sintetizada. “También te lee los comandos del celular, los textos que uno recibe y el directorio o contacto que uno tiene”, cuenta.
En su tesis hace referencia a instrumentos que van desde el bastón blanco hasta la máquina Perkins, que es una máquina de escribir braille. Posee la ventaja de escribir inmediatamente en relieve cada letra, lo cual puede ser verificado al tacto sobre el papel, sin necesidad de sacarlo ni darlo vuelta. “Hablo de todas estas opciones que le permiten desenvolverse a una persona ciega con relativa autonomía en la sociedad”, explica.
Nilsa asegura que siempre le llamó la atención la tecnología para las personas con discapacidad visual, a los que ella denomina no videntes. Ella prácticamente no ve desde bebé, ya que nació con una fibroplasia retrolental (retinopatía de la prematuridad). Pero aprendió a sortear los obstáculos y superar las distintas etapas de su formación.
Con una beca obtenida a través de la Asociación de Ciegos del Paraguay, estudió en la Universidad Americana, donde solo pagaba la matrícula anual.
“La carrera en sí no fue fácil. Toda la familia me estuvo ayudando hasta en la tesis. Mis padres me grababan las lecciones y estudiaba en sistema braille. Mis compañeros también me apoyaban. Los folletos me grababan y yo sacaba el resumen. Mi hermano me ayudaba a buscar informaciones en Internet”, reconoce.
EL FUTURO. Ahora que ya es sicóloga, Nilsa espera poder trabajar en el campo de la infancia, ya sea desde la Secretaría de Acción Social, donde está empleada como asistente del Departamento de Recursos Humanos, o en otra entidad. “Quiero trabajar con la Asociación de Ciegos, particularmente con los chicos no videntes. O desde Acción Social, en el programa Abrazos, con los niños de la calle, pero como sicóloga. También en el Inpro, en un área donde pueda ejercer la profesión”, dice barajando opciones. Su esposo Nelson también concluye este año la carrera de Derecho. Él es funcionario del Ministerio de Agricultura. Ahora que ambos finalizan sus estudios, y que llevan casados un año y dos meses, piensan en convertirse en padres.
PARA LA INCLUSIÓN
Nilsa Mendoza solicita a las autoridades de empresas públicas y privadas que propicien la instalación del software Jaws en el sistema informático de sus instituciones, como una forma de fomentar la inclusión laboral de personas con discapacidad visual.
En el país existe la ley 2.479 que establece la obligatoriedad de incorporar personas con discapacidad en instituciones públicas que cuenten con 50 o más funcionarios administrativos. Sin embargo, esta norma promulgada en el 2004 todavía está pendiente de reglamentación y, por ahora, su cumplimiento es apenas parcial.
Según el censo 2002, en el Paraguay viven 51.146 personas con discapacidad. Este dato, sin embargo, está cuestionado por las organizaciones del sector, ya que un censo realizado en el departamento Central, en el 2001, contabilizaba solo en esta parte del país unas 46.000 personas con discapacidad.