Ayer se celebró el Día de los Animales y de la Naturaleza en recordación de Francisco de Asís, el santo conocido por su aprecio a la naturaleza y su relación peculiar con la creación.
Justamente, viendo una de esas estampitas que lo asocian con los conejitos y las palomas, recordé esos tips de educación ambiental un poco light que nos hacían encerrar en círculo las lejanas ballenas como animales en peligro que debemos conservar o nos ponían bosques de coníferas como espacios verdes a reforestar.
No está mal para empezar, pero un pobre y poco significativo acercamiento inicial a lo que constituye el drama ecológico actual puede terminar produciendo el efecto contrario al esperado: construir una falsa sensación de elevada conciencia ecológica y de tranquilidad con nosotros mismos por considerarnos “conservadores de la ecología” por el solo hecho de no matar ballenas y no destruir bosques de coníferas.
Si tomamos solo la primera de varias definiciones de la RAE acerca de la naturaleza caeremos enseguida en la cuenta de que hay mucho más que analizar cuando a ella nos referimos: “Principio generador del desarrollo armónico y la plenitud de cada ser, en cuanto tal ser, siguiendo su propia e independiente evolución”.
Los dos instintos marcadamente naturales de los seres vivos que se señalan desde la antigüedad son el de conservación y el de reproducción que, en los seres humanos, conllevan una serie de factores biológicos y cromosómicos alucinantes que debemos conocer y respetar.
El derecho natural está en la base de los derechos humanos, aunque es poco lo que se difunden sus principios. Además, la misma posibilidad de interrogación del hombre sobre su relación con todo lo que le rodea, gracias a su inteligencia, y el uso de su voluntad para bien o para mal, son un motivo de asombro y reflexión naturalista. “El hombre es ese estado de la naturaleza en que esta toma conciencia de sí”, decía el pedagogo Luigi Giussani, y el peligro es reducir nuestra razón y deconstruir nuestra conciencia hasta el punto de obnubilar o incluso destruir todo punto de sana relación no solo con lo que nos rodea, sino también con nosotros mismos y con los demás hombres.
Recordemos que la ecología llama la atención no solo sobre la existencia del huraño y desarraigado lobo estepario (recordando a Hesse), sino de la relación que tenemos nosotros con él en el mundo hoy. Perder el sentido de relación es perder parte de la riqueza de nuestra humanidad. Y es el problemón que estamos experimentando no solo con la contaminación de ríos y la deforestación, sino también con los fenómenos angustiantes de soledad, indiferencia, violencia y conducta autodestructiva que afectan a miles de personas en nuestra sociedad.
En la bien recibida encíclica del papa Francisco, Laudato Si, la cual justamente toma su nombre de las palabras iniciales del Cántico de las criaturas del santo de Asís, se recuerda la grandeza y la belleza de toda la creación, que debe ser respetada como a “una hermana con la que compartimos la existencia”.
La ecología debe ser considerada integralmente. La política y la economía no son los únicos elementos culturales interpelados por la situación de crisis ecológica global, en el fondo la que debe ser transformada es esa mentalidad de manipulación y de consumo-descarte que subyace en nuestra educación y destruye como kupi’i nuestras relaciones sociales actuales. De lo contrario, todo el tema del cuidado de la ecología solo termina en frasecitas moralizantes de folletitos caros, hipocresía mercantilista, ideologías colonizadoras y una caricatura cada vez más grotesca de nuestra condición humana. Atención, la ecología es inseparable de la dignidad humana, del bien común y de la solidaridad, especialmente, con las personas más amenazadas por la cultura del descarte.